5/6/09

Cómo convertirse en tirano durante unos gloriosos minutos.

No diga que nunca se imaginó sentado en un trono dorado y servido por una corte de esclavos, ocupados todos en satisfacer hasta el más mínimo de sus caprichos. O que muchas veces no desearía hacer la primera cosa que le apeteciese sin preocuparse con si su acción vulnera o no las leyes existentes. Pues bien, todos estos sueños de poder ilimitado pueden hacerse realidad en un instante. En nuestra sociedad moderna convertirse en un tirano está al alcance de cualquiera. Para ello sólo necesita tener algunas monedas en el bolsillo.

La suprema maravilla que permite la realización de sus sueños tiene un nombre: libre comercio. Es precisamente este tipo de comercio, siempre tan liberal, tan exuberante, tan pujante, tan libre de reglas, tan desconocedor de fronteras, el que permite que sus más ansiados sueños de tiranía y de dominación se conviertan al instante en una realidad. Para ello basta simplemente con que participe en él, aunque sea de la forma más modesta. Basta simplemente con que vaya a una tienda y compre un producto de este mercado sin fronteras. ¡Así de simple!

En un modelo de libre comercio, quien va a una tienda únicamente se preocupa con que el producto que compra sea lo más barato posible. Nunca preguntará al vendedor si ha sido realizado en condiciones laborales dignas o si para su producción se han respetado las más mínimas normas ambientales. Cualquier vendedor se sentiría como mínimo incomodado si alguien lo hiciera. Pero, evidentemente, nadie lo hace.

De este modo, al comprar el producto más barato, importado de un país cualquiera, usted puede tener la seguridad de estar realizando finalmente su sueño. Así es. Al comprar ese producto usted se convierte, por unos momentos, en el patrón inmisericorde de cientos de trabajadores que cobran salarios ridículamente bajos. Algunos de ellos incluso serán menores de edad, obligados a trabajar en vez de ir a la escuela. También se convierte, por instantes, en el patrón de prósperas empresas que contaminan ríos y aguas potables, que destruyen cultivos tradicionales y extensos bosques, que alteran la composición de la atmósfera y del clima terrestre. ¿No es maravilloso? ¿Existe una más grande sensación de poder que realizar todo esto, y por apenas las pocas monedas que tiene que pagar por ese producto?

En cualquier país civilizado tener esclavos sería considerado indecoroso y, muchas veces, ilegal. Tener empresas contaminantes que destruyen el medio ambiente también está mal visto, y a veces incluso sufren la imposición de multas, aunque nunca muy severas. Pero, claro, nada impide tener esclavos en otro país o destruir el medio ambiente en otra parte cualquiera del mundo. Nada mejor que tener los esclavos, los campos contaminados y las aguas pestilentes en otros lugares del mundo, bien lejos de casa, fuera del alcance de la vista. No necesita, por ejemplo, cruzarse con los esclavos, ni ver sus miserables figuras, ni soportar su mal olor. Todos ellos están en un país lejano con el cual existe un tratado de libre comercio.

Por tanto, si usted quiere ser un tirano, vaya ahora mismo a una tienda y compre cualquier producto, especialmente el más barato y que venga de más lejos. ¡Sienta entonces todo el maravilloso poder! En ese momento, ¡usted es el amo del mundo! Imagine cientos de esclavos trabajando duramente para que usted, en un país remoto, pueda comprar ese producto que ellos fabrican. Imagine el medio ambiente de otro continente siendo destruido para que ese producto pueda llegar hasta usted a un precio ridículamente bajo. Y si, pasado algún tiempo, le parece que esta maravillosa sensación comienza a desvanecerse, no tiene más que ir a comprar otro producto cualquiera.

Olvide todas esas tonterías del comercio justo. Olvide también que el ambiente es un todo y que su destrucción en otro país acabará igualmente por afectarle, como resulta evidente con las consecuencias del cambio climático. Olvide todo eso. No deje que estos pensamientos le estropeen la maravillosa experiencia de sentirse como un tirano, por unos gloriosos minutos, cada vez que va en peregrinación a una tienda.

Porque realmente no es el conocimiento lo que nos hace libres. Lo que nos hace libres es, sin lugar a dudas, el libre comercio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario