Hoy en día, cuando está generalizado el consenso sobre la necesidad de prohibir la introducción de especies o variedades genéticas extrañas en un ecosistema, continúan existiendo igualmente las inevitables excepciones. Y esto incluso cuando lo que se pretende introducir es un organismo genéticamente modificado (OGM), es decir, un aberrante compuesto genético fabricado a partir de varias especies sin ninguna relación entre sí (por ejemplo, una planta en cuyas células se han insertado los genes de una bacteria).

Si hacemos un balance de todos los riesgos y beneficios que supone la utilización de OGM llegamos a resultados sorprendentes.
Para la agricultura, el empleo de OGM puede suponer la pérdida de innúmeras variedades tradicionales de plantas, importantes para la supervivencia de muchas poblaciones humanas, o incluso el completo abandono de los cultivos, en el caso de todas las semillas existentes quedar contaminadas. Pero también convierte a los agricultores, voluntariamente o no, en siervos económicos de las grandes compañías productoras de OGM, de las que pasan a depender por completo. Al contrario que las variedades de plantas tradicionales, que son un patrimonio histórico de la humanidad, obtenidas por nuestros antepasados a lo largo de siglos de cuidadosa selección y cruzamientos, los OGM son de exclusiva propiedad de las compañías multinacionales que los producen. Los agricultores deben, por tanto, comprar sus semillas a estas compañías. Y deben comprarles también todos los productos agroquímicos que se aplican a su cultivo, evidentemente fabricados por las mismas compañías.
Para el medio ambiente, supone una degradación y pérdida de biodiversidad, ya que el cultivo de los OGM está basado en la aplicación de herbicidas y otros productos químicos. Con ello se destruye además la fertilidad del suelo y se contaminan las aguas. Y existe también el peligro de llegar a provocar una catástrofe ecológica, ya que los efectos de la utilización de OGM sobre el ambiente son altamente impredecibles.
Para la salud humana, los efectos del consumo de OGM son también impredecibles, pudiendo provocar determinadas enfermedades, algunas de ellas mortales. Los estudios realizados por las propias compañías multinacionales no son, evidentemente, satisfactorios ni fiables.
Podemos entonces preguntarnos cuáles son los beneficios. ¿Hay quizás un incremento extraordinario de la producción agrícola? ¿Es un modelo de agricultura sostenible? ¿Los agricultores pasan a vivir mejor? ¿Se acaba con las hambrunas en el mundo?… Pues bien, nada de eso. La respuesta es siempre negativa. En realidad, nada mejora, especialmente si consideramos la cuestión a medio y largo plazo. El único beneficio que el cultivo de OGM proporciona a la humanidad es, evidentemente, permitir que los ricos accionistas de las compañías multinacionales se conviertan en personas aún más ricas.
Siendo así, ¿no merece la pena correr todos los riesgos antes enumerados? ¿No vale la pena acabar con la agricultura? ¿No vale la pena poner en peligro a la propia población humana? Piense en lo orgullosas que las generaciones futuras se sentirán de nosotros. Con el estómago vacío, en el caso de mantenerse con vida, nuestros descendientes admirarán sin duda nuestro gran logro: sacrificar su futuro para hacer más ricas y más felices a aquellas personas que, ya de por sí, eran estúpidamente ricas y felices.
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