18/12/13

La opresión de la tierra que habla.


Por mucho que nos esforcemos en escuchar a la tierra que pisamos, nunca la oiremos hablar o expresar cualquier tipo de opinión. Podemos hablarle, preguntarle, cuestionarla o inquirirla sobre cualquier asunto, pero la tierra nunca nos responderá. Y si alguien nos dijese que consigue hablar con la tierra, rápidamente concluiríamos que esa persona está loca o que ha perdido por completo el uso de la razón.

Y sin embargo, resulta sorprendente el número de personas, un poco por todas partes, que defiende públicamente que la tierra habla y que manifiesta opiniones y pensamientos. ¿Estaremos por tanto rodeados de un ejército de personas privadas de razón y de intelecto trastornado? ¿O estaremos quizás rodeados de comediantes? ¿O, por el contrario, de falsarios que fingen hablar con la tierra ocultando en ello secretas intenciones? Quien nos quiere hacer creer, por ejemplo, que la tierra nos llama y nos exige ciega servidumbre ¿será por tanto un loco, un comediante o un falsario?

Como es evidente, ninguna tierra habla. Son las personas que viven en ella las que hablan y adoptan determinados pensamientos, ideas o costumbres, variando todos ellos a lo largo del tiempo y de las épocas, siempre en continua evolución. Y sin embargo, ¿cuántas veces no oímos decir que tal característica, tal costumbre, tal forma de pensar, tal idioma, tal tradición son propias de una determinada tierra o país?

Podemos ser ingenuos y pensar que tales expresiones son un simple recurso lingüístico: decir que una tierra es de una determinada forma es, o deberá ser, un modo de decir que las gentes que la habitan son de esa determinada forma. Pero no, por desgracia muchas veces no esa la intención. Muchas veces los falsarios utilizan la ambigüedad de estas expresiones de una forma interesada y engañosa. Su utilización es, en realidad, una técnica clásica utilizada frecuentemente por determinados movimientos políticos para conseguir el poder y por determinadas empresas para aumentar sus ventas.

La técnica es bien sencilla. Un productor de cacahuetes, por ejemplo, agotadas todas las técnicas comerciales más comunes, podrá decidir fundar un movimiento político de carácter patriótico que defienda que el consumo de cacahuetes es una costumbre propia de la tierra, una costumbre tradicional que diferencia a la nación de todas las otras naciones enemigas (la existencia de un enemigo es imprescindible para sustentar cualquier tipo de patriotismo). Y este nuevo partido político podrá defender, por ejemplo, que todo ciudadano debe consumir un mínimo de cien cacahuetes diarios para demostrar que ama de cuerpo y alma a su patria.

Gracias a este nuevo partido, la producción y venta de cacahuetes se convertirá en un negocio seguro y lucrativo. Pero lo más interesante de esta técnica político-comercial es que no es el productor ni el partido político quien está imponiendo el consumo de cacahuetes. Es la patria. Y mejor aún: todo ciudadano que no consuma cacahuetes será un traidor a la patria y, como tal, deberá ser perseguido y obligado a comer cacahuetes para bien de la nación.

Y quien habla de cacahuetes habla también de movimientos políticos fascistas o nacionalistas. Los intereses que persiguen son algo diferentes, pero se basan igualmente en la obtención de dinero y de poder. Estos intereses son por lo general el favorecimiento de determinados sectores empresariales, el enriquecimiento de una determinada clase social, la eliminación de los rivales económicos o políticos, la destrucción de los derechos sociales o la legalización de cualquier tipo de desigualdad. Así, una vez alcanzado el poder y utilizando esta y otras técnicas, los fascistas y nacionalistas enriquecen fácilmente, declaran a la oposición política como enemiga de la patria y de sus costumbres, eliminan la cultura del pueblo substituyéndola por una falsa cultura que según ellos es la cultura propia de la tierra, consiguen imponer cualquier tipo de religión, de axioma o de doctrina identificándolos como costumbres atávicas propias de la nación, o incluso pueden llegar a crear guerras absurdas que llevan a los ciudadanos a morir por el bien de la patria. En resumen, un buen y lucrativo negocio.

Resulta fácil subyugar al pueblo cuando se le convence de que la tierra en que vive es de una determinada manera, cuando se le consigue convencer de que la tierra habla y dice, claro está, aquello que se quiere que ella diga. Pero que nadie se engañe: la tierra no habla. No nos impone ninguna idea, costumbre, doctrina o tradición. No existen tierras conservadoras o liberales. Ni tierras religiosas o librepensadoras. No hay tierras con costumbres que deban ser preservadas a toda costa. Ni tampoco hay patrias que pidan nuestra sangre como ofrenda para permitirnos continuar a vivir en ella.

Existen únicamente personas que viven en esa tierra y que en un determinado momento hablan, piensan o actúan de una determinada forma. Pero cualquiera de estas personas es libre de pensar, de hablar o de actuar como quiera, sin obedecer nunca a ninguna tiranía impuesta en nombre de la tierra, de la patria o de la nación. Todas las personas son libres de pensar de forma diferente a la de sus vecinos, a la de sus compatriotas, a la de su época. Su única obligación es pensar y hablar libremente y por sí mismas.

No, no deje nunca que la tierra hable por usted. Hable siempre bien fuerte, sin miedo. Y si es posible, desde el punto más alto de esa misma tierra que pisa.