21/10/11

La generación perdida.

Cuando se habla de la existencia de una generación perdida, muchas veces se ignora hasta qué punto este tipo de generaciones son frecuentes. En realidad, la mitad de las generaciones humanas son generaciones perdidas, generaciones de las que nunca se habla y muchas veces ni tan siquiera se sospecha su existencia. Para entender esto, algo aparentemente tan sorprendente, resulta útil estudiar la vida de los helechos.

La vida de estas plantas consiste en un ciclo donde se alternan repetidamente dos generaciones de características muy diferentes. El helecho, en la forma habitual que conocemos, es una planta de porte generalmente mediano. Sus células, como las de cualquier ser vivo, poseen cromosomas, las grandes macromoléculas donde se sitúan los genes. Y estos cromosomas se encuentran por duplicado, siendo cada conjunto procedente de cada uno de sus progenitores, paterno y materno. Las plantas de helecho son, por tanto, organismos diploides, con dos conjuntos de cromosomas.

En un determinado momento, los helechos producen las esporas, un tipo de semilla capaz de germinar y de dar lugar a la siguiente generación. Ésta consiste en una planta de muy reducidas dimensiones, en forma de lámina, llamada prótalo. Sin embargo, en el momento de la formación de las esporas cada célula desecha, al azar, uno de los dos conjuntos de cromosomas. Y es por ello que, tal como la espora que lo origina, también el prótalo posee en sus células un único conjunto de cromosomas. El prótalo es, por tanto, un organismo haploide, con un solo conjunto de cromosomas.

Llegada la madurez, el prótalo genera células reproductoras, los gametos, que pueden ser masculinos o femeninos. Y con la unión de dos de estos gametos, provenientes de diferentes prótalos, es como se forma una nueva célula, el cigoto. Este cigoto es diploide por reunir dos conjuntos de cromosomas, uno de cada gameto. Y tras dividirse y desarrollarse dará lugar a una nueva planta de helecho.

En todo este ciclo existe, por tanto, una alternancia de generaciones: una planta diploide da lugar a una pequeña planta haploide, el prótalo, y seguidamente ésta da lugar a una nueva planta diploide, el helecho. Y así repetidamente.

En realidad, la alternancia de generaciones se da en todos los organismos pluricelulares que poseen reproducción sexual. En algunas especies, como en los helechos, el organismo diploide y el haploide son de tamaño y aspecto diferentes. En otras especies, como por ejemplo en algunas algas, las dos generaciones tienen exactamente el mismo aspecto, dimensiones y forma de vida. Por el contrario, hay especies en que una de las dos generaciones tiene un tiempo de vida muy reducido y casi no se manifiesta. Esto es precisamente lo que ocurre en la mayoría de los animales, tal como en el hombre.

El ser humano, en su forma habitual que conocemos, es un organismo pluricelular y diploide, con células que poseen dos conjuntos de cromosomas. En un determinado momento, el ser humano produce también el equivalente a las esporas, en este caso unas células denominadas espermatocitos u ovocitos, según se formen en el hombre o en la mujer. Y son estas células, ya con un único conjunto de cromosomas, las que darán lugar a la siguiente generación, al pequeño organismo haploide.

Sin embargo, como en casi todos los animales, esta fase se encuentra reducida al máximo en el ser humano. Los organismos haploides, que no llegan a desprenderse ni a salir del cuerpo del progenitor, ni tan siquiera llegan a ser claramente pluricelulares. En su breve periodo de vida se limitan a ser unos simples agregados de células cuya única función es producir inmediatamente los gametos. Estos gametos, llamados espermatozoides y óvulos, sí que llegan a desprenderse del progenitor. Y cuando se unen forman una nueva célula diploide, el cigoto, que tras dividirse una y otra vez dará lugar a un nuevo organismo pluricelular, es decir, a un nuevo hombre o mujer.

Por tanto, cuando decimos que el ser humano es un organismo pluricelular en realidad lo que estamos haciendo es una simplificación. El ser humano sólo es pluricelular en su fase diploide, mientras que es unicelular o casi unicelular en su breve fase haploide y también durante sus formas de transición entre una y otra fase.

Así, cuando observamos a uno de nuestros hijos lo que estamos viendo no es la primera, sino la segunda generación que nos sucede. En medio ha vivido otra generación de la que nadie habla y de la que la mayoría ni tan siquiera sospecha su existencia. Se trata de una nueva generación perdida.