21/1/19

La poliédrica dimensión del poder


Aparentemente existe siempre una dimensión adecuada para todas las cosas. ¿Podría acaso existir un elefante muy pequeño, de tamaño ínfimo y microscópico? ¿O una pulga enorme, de dimensiones descomunales y hercúleas? ¿Tendrían acaso algún sentido animales de semejantes proporciones? Lo cierto es que sólo cuando la grandeza y la pequeñez, en su eterna e imperecedera lucha, alcanzan un satisfactorio equilibrio es cuando las cosas obtienen sus dimensiones perfectas, dando siempre lugar, por ejemplo, a un elefante grande o a una pulga pequeña.

Considerando la existencia de este constante equilibrio entre lo grande y lo pequeño, ¿existirá también una dimensión perfecta para las estructuras de poder que gobiernan o deben gobernar una sociedad? ¿Será más perfecto, por ejemplo, un poder de pequeña dimensión, como el poder local, que otro de una dimensión mayor, como el poder regional o estatal? Y si uno de ellos es más perfecto, ¿cuál deberá ser su dimensión exacta?

El debate sobre la adecuada dimensión del poder no es nada nuevo. En términos históricos, ya estuvo presente, por ejemplo, en el mismo inicio de la ideología socialista, cuando las dos principales corrientes, la comunista y la anarquista, se enfrentaron entre sí. Aunque ambas tenían un mismo objetivo, es decir, conseguir una sociedad basada en la igualdad y la justicia, las dos diferían precisamente en cuanto a la dimensión del poder político que debía guiar el cambio hacia esa sociedad mejor. Así, los comunistas pretendían conquistar el poder estatal existente para, desde él, poder deshacer todas las injusticias, dejando luego que ese mismo poder estatal se disolviese paulatinamente. Por el contrario, los anarquistas no aceptaban la existencia de ningún poder de dimensión estatal, ni siquiera de forma temporal. Sólo admitían, desde el principio, la existencia y el protagonismo absoluto de un poder de dimensión local.

Está claro que cuando no existe un poder público sólido, cuando hay un vacío de poder, la sociedad queda expuesta a la posibilidad de un ataque externo o interno. Esa sociedad podrá ser fácilmente conquistada y el poder rápidamente usurpado, acabando por instalarse, con toda probabilidad, una tiranía que utilice todo el poder para beneficio de una nueva y recién llegada minoría opresora.

Por el contrario, con la existencia de un poder público sólido, la sociedad se encuentra mucho mejor protegida contra los ataques. No obstante, en este caso aparecerá lógicamente un nuevo y quizás más alarmante peligro. Existirá el riesgo de que ese poder público, inicialmente defensor del bien común, acabe con el tiempo por corromperse y convertirse en un poder despótico al servicio únicamente de sí mismo y de una minoría opresora. El resultado podrá será, por tanto, igualmente, la aparición de una nueva tiranía.

Así, tanto si el detentor el poder proviene de un ataque o de un proceso político interno, el peligro de que una sociedad caiga víctima de la tiranía siempre existe. Podemos decir, no obstante, que tras un ataque la tiranía suele ser inmediata, mientras que cuando se origina a partir de la corrupción su aparición suele ser gradual, como una amenaza que va creciendo y extendiéndose lentamente, día a día.

Partiendo así del principio de que siempre parece una mejor opción disponer de un poder público sólido, podemos preguntarnos entonces cuál será la dimensión ideal de ese poder, especialmente de forma a evitar que pueda llegar a corromperse con facilidad. ¿Será más resistente a la corrupción, por ejemplo, un poder de dimensión local o quizás un poder mayor, de dimensión regional o estatal?

En una sociedad sumida en la decadencia, parece claro que un poder de dimensión estatal fácilmente podrá tender a convertirse en un estado autoritario, adoptando una lógica centralista en relación a cualquier otro posible poder existente, ya sea regional o local. Por su parte, un poder local también podrá fácilmente degradarse y caer en el caciquismo, adoptando frente a otros poderes una lógica autárquica y aislacionista. Y lo mismo podemos decir sobre el poder regional, que podrá caer en el nacionalismo, combinando una lógica centralista frente al poder local y secesionista frente al poder estatal.

Básicamente debemos aceptar que, en una sociedad decadente, el poder, cualesquiera que sean sus formas y dimensiones, siempre podrá fácilmente llegar a corromperse. Y en la mayoría de los casos, ese poder decadente se manifestará frente a los otros poderes adoptando las formas habituales de centralismo, de secesionismo o de aislacionismo.

Así, en una sociedad a la deriva, tanto el camino proyectado inicialmente por los comunistas como por los anarquistas estaría irremediablemente abocado al fracaso. Si el poder estatal, conquistado por los comunistas, se prolongase indefinidamente en el tiempo se daría oportunidad a que surgiese, tarde o temprano, una nueva élite privilegiada y una nueva forma de tiranía bajo la forma de un estado totalitario y centralista. Por su parte, nada impediría tampoco que el poder local, defendido por los anarquistas, pasado cierto tiempo, se degradase y cayese en el más puro caciquismo, dando lugar a una asfixiante y totalitaria tiranía que intentaría deshacerse rápidamente del contrapeso de cualquier nivel superior de poder.

En resumen, ninguna dimensión del poder parece ser capaz de evitar mejor que otra la aparición de la tiranía o la progresiva deriva hacia un poder tiránico. Ninguna permite asegurar mejor que otra el afianzamiento de una sociedad más justa y más libre. Por otra parte, considerando su escala, no parece existir una dimensión máxima del poder lo suficientemente grande para evitar un asalto desde el exterior, ni una dimensión mínima lo suficientemente pequeña para evitar una usurpación desde el interior.

En realidad, la única solución posible para este problema consiste en mantener en todo momento una sociedad fuertemente instruida e ideologizada, inmune a la deriva de la corrupción, decidida en todo momento a mantener esforzadamente su rumbo, capaz de luchar sin descanso contra cualquier amenaza exterior o interior que pueda poner en peligro su libertad. Y esto independientemente de la dimensión del poder existente.

La única solución posible es, en otras palabras, entrar en una nueva dimensión del poder, pero no en una dimensión de orden física sino en una nueva, superior y esperanzadora dimensión de orden intelectual.