11/7/23

La superior inteligencia del gusano acéfalo


Los gusanos nematodos son seres tremendamente admirables. Llevan una vida simple, modesta, humilde, tranquila, sin grandes estridencias ni preocupaciones. Pasan la mayor parte del tiempo moviéndose calmamente en el reducido espacio que conforma su hogar, entregándose en todo momento al disfrute de una existencia lo más cómoda y placentera posible. En ningún caso se dejan llevar por vanas y engañosas ilusiones. Ni piensan tampoco en alcanzar grandes logros en la vida. Aunque, a decir verdad, los nematodos no piensan, pues no tienen cerebro. En realidad, por no tener, ni tan siquiera tienen cabeza. Y a pesar de todo, pese a estas notables e importantes carencias físicas, estos gusanos constituyen la forma de vida animal más extendida y prolífica de todo el planeta, aquella que ha conseguido un mayor éxito evolutivo.

Pero quizás lo más admirable de los nematodos sea su indiscutible y superior inteligencia. Sí, es cierto que su sistema nervioso no parece gran cosa. De hecho, consta apenas de un simple anillo neuronal alrededor del esófago y de unos pocos nervios que recorren a lo largo su cuerpo. Pero sorprendentemente, con apenas unos tan rudimentarios órganos, incomparablemente más simples que el complejo y voluminoso cerebro que posee nuestra especie, los nematodos consiguen superar ampliamente a los seres humanos en inteligencia. Y esta superioridad la abordan además con una extrema modestia, sin alardear nunca de ella, sin vanagloriarse en ningún momento, sin ni tan siquiera ridiculizar de forma humillante a seres inferiores como nosotros. Es por ello que los nematodos son, sin duda, seres doblemente admirables.

Pero, al final, ¿cómo es posible que estos simples y modestos gusanos sean más inteligentes que nosotros? ¿De qué forma pueden tener una inteligencia superior a la nuestra, si ni tan siquiera tienen cerebro? ¿Cómo puede ser que, sin presentar el menor asomo de capacidad intelectual, estos diminutos seres lleguen a superarnos en una tan sofisticada cualidad? Parece una idea absurda si pensamos, por ejemplo, en la extrema y portentosa complejidad de nuestro cerebro, en nuestros conocidos y fructíferos esfuerzos por desarrollar todas las aptitudes y capacidades de nuestra mente o también en los grandes logros intelectuales, científicos y artísticos conseguidos por el ser humano a lo largo de los siglos. ¿Cómo es posible sostener entonces una afirmación semejante?

Para responder a esta interesante cuestión debemos analizar, en primer lugar, en qué consiste realmente la inteligencia. No hay duda de que desde muy antiguo se han propuesto muchas, diversas y variadas fórmulas para definir un concepto tan difícil y complejo de caracterizar. Pero, en esencia, podemos definir la inteligencia como la capacidad que tiene un individuo de obtener información del medio en que vive para, a partir de ella, modificar su comportamiento y conseguir una mejor y más completa adaptación a él, aumentando con ello su capacidad de supervivencia. Por tanto, tal como se desprende de esta definición, está claro que para poseer algún grado de inteligencia son imprescindibles dos requisitos básicos: tener capacidad de obtener información del medio y tener capacidad de modificar el propio comportamiento.

Sin embargo, antes de abordar este tema con más detalle debemos tener en cuenta que, para sobrevivir, dichos requisitos y, en definitiva, la propia inteligencia no son siempre, ni mucho menos, estrictamente necesarios. Esto es así porque todos los seres vivos nacemos ya con una información y unos comportamientos básicos codificados en nuestros genes. Y gracias a ellos somos perfectamente capaces de sobrevivir en un medio ambiente ideal, es decir, en un medio ambiente propicio, uniforme y sin ningún tipo cambios. En otras palabras, gracias a la evolución nuestros genes ya saben, en lo fundamental, cuáles son las características propias de nuestro ambiente más primordial y cómo debemos comportarnos en él. Así que, encontrándonos en dicho medio, no necesitamos obtener nueva información ni tampoco modificar para nada nuestro comportamiento. No necesitamos, por tanto, desarrollar ningún tipo de inteligencia.

Y esto es exactamente lo que ocurre en el microscópico, tranquilo y monótono mundo de los nematodos. Teniendo una existencia que transcurre básicamente en un medio uniforme, podríamos decir que casi primordial, los nematodos, gracias a sus genes, no necesitan obtener apenas información adicional del medio en que viven ni tampoco necesitan cambiar o modificar su habitual forma de actuar.

Por el contrario, aquellas especies que, como la nuestra, viven en un ambiente complejo, altamente cambiante e impredecible, necesitan obtener continuamente información del medio para, de esta forma, poder reaccionar de forma adecuada a cada nueva y particular circunstancia. Las limitadas informaciones y conductas codificadas en nuestros genes no son suficientes. Así que, para sobrevivir, tenemos que observar nuestro entorno y replantearnos continuamente nuestro comportamiento. Y este propósito llega tan lejos en nuestra especie que incluso somos capaces transmitir las nuevas formas de actuar de unos individuos a otros o de una generación a la siguiente, creando aquello que conocemos como cultura.

Podemos decir, por tanto, que los nematodos poseen prácticamente toda la información que necesitan en sus genes, por lo que de nada les serviría tener una cabeza, un cerebro o desarrollar cualquier tipo de inteligencia, algo que para ellos no sería más que una carga y una complicación del todo inútil e innecesaria. Por el contrario, nuestra especie sí que necesita poseer un sistema nervioso complejo, lo suficientemente desarrollado como para poder procesar toda la información que recoge del medio y elaborar, a partir de ella, acciones y comportamientos igualmente complejos. Por eso hemos desarrollado evolutivamente una cabeza y un cerebro voluminoso y somos capaces, gracias a él, de generar formas de actuar tan adaptables, elaboradas y diversas.

En buena lógica deberíamos concluir, por tanto, que nuestra especie es mucho más inteligente de lo que son los nematodos, pues no hay duda de que, en relación a ellos, poseemos una mayor capacidad de obtener información del medio y de aplicarla de forma mucho más diversa en nuestro comportamiento. Entonces, ¿cómo es posible, contra toda evidencia, afirmar que los nematodos poseen una inteligencia superior?

Pues bien, la explicación en realidad es bastante simple. Lo que ocurre es que, casi sin darnos cuenta, nos hemos pasado por alto algo del todo fundamental. Y para entenderlo debemos fijarnos con más atención en la definición de inteligencia, más concretamente en la parte que dice que toda la capacidad de obtener información y de crear nuevos comportamientos, aquello mismo que caracteriza a la inteligencia, tiene una finalidad. Y esta finalidad no es otra que la de adaptarnos mejor al medio en que vivimos para, de esta forma, aumentar nuestra capacidad de supervivencia.

Por tanto, es precisamente consiguiendo una mayor capacidad de supervivencia como, al fin y al cabo, se demuestra un mayor o menor grado de inteligencia. Si obteniendo información del medio y elaborando nuevos comportamientos conseguimos sobrevivir mejor, seremos inteligentes. Si, por el contrario, con ello no aumentamos para nada nuestra capacidad de supervivencia, no seremos en absoluto inteligentes. En otras palabras, por muchos receptores sensoriales que tengamos, por muchas extensas redes neuronales, por mucho encéfalo desarrollado, por mucha variación de conductas individuales o grupales, por mucha cultura transmisible, por muchos avances científicos, por muchos logros intelectuales que consigamos, si con todo esto no aumentamos nuestra capacidad de supervivencia no podemos decir que seamos inteligentes.

Es más, si lo que conseguimos es exactamente lo contrario, es decir, si con ello únicamente conseguimos reducir nuestra capacidad de supervivencia, no sólo no seremos inteligentes, sino que seremos rematadamente tontos. Y en el caso concreto de nuestra especie, considerando nuestro complejo cerebro y nuestra enorme potencialidad para cambiar nuestros comportamientos, lo que demostraríamos es que, además de tontos, somos completamente ridículos, algo así como los payasos de la evolución.

No cabe duda de que nuestra especie ha conseguido cosas portentosas e inimaginables. Pero al mismo tiempo ha ido creando una sucesión de civilizaciones de características agresivas, destructoras y suicidas que, a pesar de unos comienzos prometedores, siempre han acabado por reducir progresivamente la capacidad de supervivencia de sus poblaciones. Y si nos fijamos en el presente, en la más reciente actualidad, vemos de la forma más clara posible, sin ningún margen para la duda, cómo nuestra más moderna, flamante y soberbia civilización está sumiendo a todos sus habitantes, y junto con ellos a la totalidad del planeta, en la más completa, progresiva y total autodestrucción.

Sí, es cierto que las comparaciones son muchas veces odiosas, pero tenemos que aceptar la indiscutible realidad. Los nematodos no han creado civilizaciones suicidas ni se dedican a destruir el planeta en que viven y que sustenta a todos los seres vivos. Y aunque no consigan aumentar su capacidad de supervivencia mediante una inteligencia que en realidad no poseen, lo cierto es que tampoco la disminuyen. Es decir, que si hacemos un balance de su inteligencia éste arrojará un resultado nulo, como no podría ser de otra forma en un gusano acéfalo.

En cambio, el balance que podemos hacer de la inteligencia de nuestra especie arroja un resultado muy diferente y para nada halagador. Al disminuir siempre con nuestras acciones nuestra capacidad de supervivencia, haciéndolo además de una forma tan incomprensible, insistente, casi fanática, el balance de nuestra inteligencia resulta ser claramente negativo y nos sitúa, sin lugar a dudas, en el campo de los rematadamente tontos. En consecuencia, respondiendo finalmente a la cuestión que nos planteábamos en un principio, resulta evidente que la inteligencia de los nematodos, aunque no sea por méritos propios, es indiscutiblemente muy superior a la nuestra.

Pero no nos desanimemos por ello, ni dejemos tampoco de soñar y de encarar el futuro con optimismo. Porque ¿qué pasaría si nuestra especie, afectada de repente por una súbita e inexplicable lucidez, por una extraña demencia, utilizase su complejo cerebro y su enorme capacidad intelectual no para disminuir sino para aumentar su supervivencia, si los emplease para crear civilizaciones prósperas y duraderas, para cuidar de nuestro planeta, para convivir finalmente en paz y armonía con todos los seres vivos? ¿No se convertiría entonces, de repente, en la especie más inteligente de todas las que existen?

Aunque también, por otra parte, si dejásemos de ser los payasos de la evolución, ¿de quién nos iríamos a reír? Y muy especialmente, ¿de quién nos iríamos a reír, a grandes carcajadas, en el momento final y más cómico de nuestra propia autodestrucción?