30/6/11

Conocimiento científico y anticientífico.

Podemos imaginarnos visitando la sala de cuidados intensivos de un hospital. Ante nosotros se encuentra un investigador médico ocupado en ese momento en retirar la medicación a un paciente. Su objetivo es saber cuántos días consigue el enfermo sobrevivir sin el medicamento: un día, dos días, tres, cuatro… Al final de ese tiempo acabará inevitablemente por morir en dolorosa agonía. El investigador apuntará entonces en su libreta el tiempo que el enfermo duró con vida, juntando éste y otros datos a aquellos que recogió en otros pacientes con la misma enfermedad y a los que dejó morir de la misma forma. Como buen investigador que es, anotará todo cuidadosamente, siempre con la máxima precisión y rigor.

Podemos ahora imaginar que estamos en las obras de construcción de un gigantesco edificio. Ante nosotros, un arquitecto investiga la capacidad de resistencia de diferentes materiales defectuosos y de mala calidad. Primero construye el edificio con estos materiales y luego, cuando acaba, va metiendo gente en su interior hasta que éste acaba por hundirse, hiriendo o matando a gran parte de las personas. Apuntará entonces los resultados en su libreta, juntando éste y otros datos a aquellos que recogió en otros edificios igualmente defectuosos y mortales que construyó. Como buen investigador que es, anotará todo cuidadosamente, siempre con la máxima precisión y rigor.

En ambos ejemplos podemos decir que los investigadores obtienen un conocimiento objetivo y metódico. Ambos obtienen informaciones médicas e arquitectónicas sumamente precisas y de gran valor. Sin embargo, por más rigurosos que sean todos los métodos y procedimientos que siguen, ni uno ni otro están realizando medicina o arquitectura. Porque la medicina es una ciencia que consiste en curar a las personas, no en dejarlas morir. Y porque la arquitectura es una ciencia que consiste en construir casas seguras, bellas y confortables, no en construir casas que se hunden y matan a sus ocupantes.

A pesar de seguir de forma irreprochable todos los procedimientos de la investigación científica, ninguno de estos dos casos constituye realmente un ejemplo de investigación científica. Porque para que una investigación pueda ser considerada científica no basta con seguir los métodos materiales e instrumentales propios de la ciencia. Es necesario que esa investigación siga también los propósitos, los objetivos y las finalidades de la ciencia. Y estos, como ocurre en cualquier actividad humana, tienen siempre un fundamento ético. Tanto la ciencia médica como la ciencia arquitectónica tienen un propósito y, como consecuencia, una base ética fuera de la cual dejarían de tener el menor sentido.

Así, considerando esto, podemos preguntarnos cuánto del conocimiento que en la actualidad llamamos científico es verdaderamente científico. Y cuánto, por el contrario, es anticientífico. Ambos tipos de conocimiento tienen la misma apariencia, adoptan las mismas formas, siguen los mismos métodos. Ambos nos deslumbran con su lógica, con su precisión, con su objetividad, con su racionalidad. Sin embargo, en un caso es científico y en otro no.

Para saber si una investigación y su resultado son o no científicos tenemos que juzgar su fundamento ético, su propósito y finalidad. Pero hacer esto muchas veces no es nada fácil. En algunas ocasiones, el carácter científico de una investigación acaba por depender del resultado final, que puede ser imprevisto o inesperado. En otros casos, va cambiando según el rumbo seguido por la investigación. Y a veces puede depender del uso de un determinado método y no de otro. Además, la investigación puede en ciertos casos moverse dentro de las fronteras de la ética, siendo que estas fronteras también se mueven en función de las ideas y del desarrollo de la sociedad de cada época.

Pero a veces resulta fácil saber lo que no es ciencia. En ocasiones es fácil saber lo que, pese a su apariencia, no tiene ninguna relación con la ciencia. No existe ninguna ciencia, por ejemplo, en crear bombas con una tecnología cada vez más sofisticada y destructora. Tampoco existe ciencia en fabricar venenos y biocidas, ni en la energía nuclear, ni en la modificación genética de organismos. No existe, en definitiva, ninguna ciencia en todo aquello que tenga como propósito destruir la vida y la naturaleza. Esto es simplemente anticiencia.

La figura del científico loco es emblemática de un cierto tipo de literatura fantástica. Pero muchísimo peor que un científico loco es un científico a sueldo, falto de ética y sin espíritu crítico, como los que tanto abundan en nuestra sociedad. Es decir, un anticientífico.