27/2/15

Las múltiples formas de la mentira.

Karl Friedrich Hieronymus, barón de Münchhausen, fue un militar y aventurero del siglo XVIII que quedó conocido para el mundo como uno de los más fabulosos e imaginativos mentirosos de toda la historia. Aunque para ser justos, debemos decir que buena parte de esa mala fama se debe a las obras literarias que, con todo tipo de exageraciones, se escribieron posteriormente narrando sus aventuras.

Entre las increíbles aventuras atribuidas así al barón de Münchhausen se cuenta volar sobre una bala de cañón de un lado a otro del campo de batalla, viajar hasta la Luna trepando por el tallo de un guisante o llevado por el viento, evitar morir ahogado en un pantano tirando con la mano de su propia coleta, pernoctar en un pueblo sepultado cada noche por la nieve hasta lo alto del campanario, visitar la morada de Vulcano en el interior del volcán Etna, o cabalgar sobre un caballo al cual le habían cortado la mitad posterior del cuerpo, que luego encontró y cosió a la parte anterior.

En nuestros días cualquier persona, incluso la más ingenua, entendería fácilmente que todas estas historias son completamente falsas, nada más que simples y fantasiosas mentiras. Sin embargo, ¿estaremos cualquiera de nosotros en condiciones de afirmar que nunca hemos sido engañados por una historia de apariencia mucho más verosímil pero, en realidad, igualmente falsa? ¿O que nunca hemos contado entonces esa misma historia a otra persona pensando que con ello transmitíamos una información veraz? ¿No habremos, por tanto, mentido también nosotros mismos muchas veces como consecuencia de haber caído en las insidiosas y sutiles redes de la mentira?

Se suele bromear diciendo que existen tres tipos de mentiras: las mentiras, las medias verdades y las estadísticas. Pero en realidad existen muchos más. Muchas mentiras las practicamos inconscientemente, sin darnos cuenta. De otras somos incapaces de escapar, por mucho que nos esforcemos. Y otras, para nuestra desgracia, se convierten a veces en nuestra propia forma de vida. De entre todos estos tipos de mentiras existentes podemos ciertamente destacar algunos.

Existe la mentira intencionada, sin duda la más genuina de todas las mentiras, que consiste en inventar una información falsa con el propósito de engañar a los otros y sacar con ello algún provecho.

Existe la mentira incierta, que se debe simplemente a una mala percepción de la realidad. Por ejemplo, cuando antiguamente se afirmaba que el Sol daba vueltas alrededor de la Tierra se incurría en una falsedad debido al desconocimiento y la mala percepción que existía sobre el movimiento de los astros. En aquella época, sin ser capaces de comprender por qué, todos mentían. Y no obstante, tan fuerte llegó a ser esta mentira que acabó por condenar a quienes, como Galileo, intentaron defender la verdad.

Existe la mentira tradicional, que consiste en el mantenimiento acrítico de una idea errónea a lo largo del tiempo. Se trata de mentiras que se mantienen, de generación en generación, debido a la falta de interés, de libertad o de capacidad intelectual de los individuos para librarse de ellas. Buen ejemplo de este tipo de mentira son las religiones, cuyo fantasioso y enrevesado conjunto de falsedades se transmite ciegamente, como un dogma incuestionable, de una generación a otra. Se miente así por pura pereza o desidia de cuestionar las viejas ideas recibidas. Y estas mentiras llegan también muchas veces a ser tan fuertes como para condenar a la marginación, al destierro o incluso a la tortura y la muerte a quienes pretenden rebatirlas.

Existe la mentira transmitida, que consiste en vehicular de buena fe, con un criticismo ciertamente insuficiente, algo que se toma por verdadero pero que en realidad no lo es. Supone haber siempre un engaño previo, ya sea intencionado o no. Y la persona que lo transmite es así al mismo tiempo engañador y engañado. Ejemplo frecuente de este tipo de mentira es la información dada por los medios de comunicación. Cada vez con menos recursos para verificar las noticias, debilitados en su función o simplemente manipulados de forma descarada, los medios de comunicación transmiten con frecuencia enormes mentiras que luego pasan a su vez de unas personas a otras como si fuesen fieles verdades.

En resumen, analizando todos estos tipos de mentiras llegamos fácilmente a la conclusión de que para decir la verdad no basta con ser sincero. Si interpretamos erróneamente un hecho, si aceptamos acríticamente una mentira, si transmitimos una información que es falsa, estaremos mintiendo. Y no importa entonces si somos sinceros o no, si llegamos a creernos la mentira o si nos mentimos a nosotros mismos. Lo único importante será que estaremos mintiendo a quien confía en nosotros.

Resulta evidente, por tanto, que sólo existe un arma posible para evitar y para defenderse de la mentira: el conocimiento. Sólo gracias al conocimiento conseguimos discernir entre la verdad y la mentira. Sólo gracias a él conseguimos reconocer la falsedad de una mentira inventada, conseguimos interpretar correctamente la verdad de los hechos, conseguimos ser críticos en relación a las falsedades con las que vivimos o conseguimos detectar el engaño en la información que recibimos.

Sin conocimiento, hundidos en la ignorancia, estaremos inevitablemente condenados a ser personas tan mentirosas como el propio barón de Münchhausen. Sin conocimiento, nos convertimos de forma involuntaria en unos tremendos y malditos mentirosos.