12/3/09

No únicamente la justicia tiene los ojos vendados.


Hace unos 150 años el eminente científico y naturalista Charles Darwin publicó su famoso libro El origen de las especies, en el que exponía su novedosa teoría de la evolución. ¿Cómo pudo él llegar a concebir las tan brillantes conclusiones expuestas en su libro? Hoy en día está bastante difundida la idea romántica de que Darwin sólo llegó a formular sus teorías gracias al largo y apasionante viaje que realizó alrededor del mundo, a bordo del HMS Beagle, recorriendo las más exóticas tierras del planeta.

Pero bien, en realidad, esto no es exactamente así... Lo cierto es que Darwin ideó su brillante teoría de la evolución mientras, sentado al sol en la plaza del pueblo, echaba de comer miguitas de pan a las palomas. O quizás también mientras, más tarde, acariciaba la cabeza de su perro, afanado éste en roer con deleite un sabroso hueso.

¿Echando miguitas de pan a las palomas? ¿Acariciando a su perro? ¿Acaso es esto una broma? Pues bien, aunque parezca mentira, no lo es. Y todo esto queda más claro si nos fijamos en el título inicial de su libro: Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural (...). Este título señala que el mecanismo responsable de la evolución, es decir, del origen de las especies, es la selección natural. Pero ¿por qué Darwin llamó a esta selección precisamente natural?

En la época de Darwin, tal como ahora, todo el mundo sabía que los criadores de perros son capaces de crear nuevas razas, en ocasiones bastante aberrantes, en el transcurso de relativamente pocas generaciones. También sabían que los criadores de palomas son igualmente capaces de crear razas y variedades extrañas y sorprendentes. En realidad, los criadores realizan lo que se llama selección artificial, es decir, una selección genética realizada por el hombre. Pero aparentemente esto no llamó la atención de nadie en aquella época.

Excepto de Darwin, claro, que quedó tan fascinado con todo esto que durante años y años se dedicó él mismo a criar palomas domésticas, tal como nos explica en el primer capítulo de El origen de las especies. Entusiasmado por los efectos de la selección artificial, Darwin comenzó a pensar que bastaría que existiese algún tipo de selección natural, realizada por la propia naturaleza, para explicar la aparición de nuevas especies y la evolución de las ya existentes.

Y finalmente, Darwin llegó a descubrir ese mecanismo. ¿Cómo llegó a hacerlo? Pues bien, quizás lo hiciese estudiando ardua y fatigosamente durante largos años. Pero también puede que lo hiciese... alimentando a sus palomas.

Mientras les echaba miguitas de pan, Darwin debió ver sin duda cómo las palomas luchaban afanosamente entre sí para obtener las pocas migas de pan disponibles. Debió ver también cómo aquellas palomas más débiles y enclenques, que no llegaban a coger las migas, acababan por morir de hambre pocos días después. Y debió ver también cómo, a pesar de esto, las palomas producían un enorme número de crías, siendo inevitable que una parte de ellas muriese debido a la falta de alimento.

Sí, quizás fue en ese preciso momento, mientras alimentaba a sus palomas, que Darwin comprendió al final la forma en que actúa la selección natural: en la naturaleza los seres vivos producen muchos individuos en cada generación y sólo los más aptos consiguen sobrevivir, transmitiendo esas aptitudes a la siguiente generación, que pasa así a ser ligeramente diferente de la anterior, es decir, evoluciona.

Así de simple. Darwin nos demostró de forma ejemplar que para comprender la realidad que nos rodea no es necesario realizar ningún viaje iniciático alrededor del mundo… aunque, en realidad, él hiciese uno de estos viajes. Nos demostró también que no es necesario tener una revelación divina inspirada por seres celestiales… aunque es cierto que él fue inspirado por las palomas, que son un símbolo divino y vuelan alegremente por el cielo. ¡No, nada de esto es necesario!

En una sociedad de ciegos, Darwin demostró que para comprender la realidad únicamente hace falta levantar la venda que tapa nuestros ojos. Únicamente es necesario mirar atentamente las cosas que nos rodean, esas mismas cosas que todos tenemos delante pero que nadie es capaz de ver. Y estas cosas pueden ser tan simples, tan sencillas y tan humildes como, por ejemplo, un pequeño bando de simpáticas palomas.

Pero si, aun así, no conseguimos comprender la realidad... ¿qué tal un viaje alrededor del mundo?


No hay comentarios:

Publicar un comentario