30/3/11

Rebeldes de conciencia.


Lo seres vivos más simples se desarrollan, por lo general, en ambientes relativamente constantes, previsibles, sujetos a pocas alteraciones. Por ello, a lo largo del lento y continuo proceso evolutivo, llegaron a reunir en su código genético toda la información que les es necesaria para su supervivencia. En el caso de los animales más complejos, sin embargo, la situación es muy diferente. Destinados a vivir y a buscar su alimento en un medio cambiante, variable e imprevisible, su código genético nunca podría reunir, pues eso equivaldría prácticamente a adivinar, todas las informaciones que les son necesarias para su supervivencia. Por ello, estos animales necesitan adquirir constantemente nuevas informaciones que, almacenadas en su cerebro, les permiten enfrentarse con éxito a sus condiciones particulares e irrepetibles de vida.

En los seres humanos, estas informaciones pueden ser adquiridas de dos formas diferentes: mediante el propio aprendizaje individual o mediante las enseñanzas transmitidas por los progenitores o su grupo social. Así, en total podemos distinguir en una persona tres tipos diferentes de información, que pueden considerarse como tres niveles superpuestos de conciencia: la información definida por el código genético, la información transmitida socialmente por medio de la cultura y la información adquirida individualmente mediante la propia experiencia personal.

La información existente en el código genético determina la casi totalidad de una persona. Además de todas sus características físicas, determina también la base de su comportamiento, de sus sentimientos y de su personalidad, pues estos se hallan en gran medida condicionados por los genes. Este tipo de información tiene la característica de ser fija e inmutable para cada individuo, pues es siempre la misma a lo largo de toda su vida. Los genes únicamente cambian de persona para persona y, evolutivamente, de generación en generación, pero nunca dentro del propio individuo.

Sobre esta información genética se sobrepone otro nivel de conciencia: la información transmitida culturalmente por los progenitores u otras personas. Estas enseñanzas tienen una gran importancia en el ser humano, pues nuestra especie hace mucho que abandonó su hábitat original, colonizando nuevas tierras en las que el desarrollo de una cultura adaptada al nuevo ambiente resulta prácticamente imprescindible para la supervivencia. A diferencia de la información genética, este tipo de información puede ser modificada por el propio individuo. Y es precisamente debido a ello que la cultura se transmite siempre de forma algo diferente a la siguiente generación. La cultura va así modificándose y transformándose a lo largo de las generaciones, asociada a un determinado grupo humano, etnia o civilización.

Por último, la experiencia personal proporciona al individuo una información, una conciencia, que se sobrepone a las anteriores y que permite a cada persona afrontar todas aquellas situaciones que ni los genes ni la cultura podrían definir, adivinar o precaver. Esta información tiene la característica de ser continuamente modificada, creciendo y desarrollándose a lo largo de toda la vida del individuo.

Pero, ¿será que las informaciones aportadas por estos tres niveles diferentes de conciencia pueden entrar alguna vez en conflicto u oposición? Y si fuese así, si hubiese una contradicción entre genes, cultura y experiencia, ¿cómo debería actuar en ese caso el individuo?

Para empezar, puede decirse que ningún acto dictaminado por la cultura o por la experiencia puede ir directamente en contra de la propia base genética, pues tal sería una autonegación del propio individuo y, en última instancia, una especie de suicidio. La información genética es fija e irrenunciable para cada individuo. El papel de la cultura y la experiencia consiste únicamente en complementar, regular o modular la información existente en los genes, adaptándola a cada situación concreta. Y también en evitar, a veces, las fatales consecuencias que podría tener su aplicación directa e irreflexiva. Pero de ninguna forma pueden pretender sustituirla, pues, por el hecho de ser fija, la información genética no es sustituible.

Sin embargo, en el caso de haber contradicción entre cultura y experiencia, la situación es muy diferente. El papel de la experiencia es, en un primer momento, complementar la cultura y sus siempre genéricos conocimientos. Pero a medida que la experiencia se va desarrollando, llega un momento en que ésta debe comenzar a cuestionar la cultura. Y más tarde, debe modificarla, completarla o rectificarla. Porque la cultura es, en realidad, una especie de compendio de las experiencias adquiridas por las generaciones anteriores. Y por ello, para desarrollarse, la cultura necesita que en cada generación los individuos cuestionen, amplíen o transformen el bagaje cultural que han heredado.

Así, partiendo de una determinada cultura, el individuo debe rebelarse contra ella y mejorarla utilizando toda su experiencia e intelecto. Pero no puede rebelarse contra su propia naturaleza genética, que únicamente puede complementar de la mejor manera llevando con acierto las riendas de su cultura. El individuo debe tomar con fuerza las riendas del viejo centauro para poder cabalgar cada vez más briosa y velozmente.


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