15/10/09

Invocar al ángel de la perversidad.

Existe toda una serie de personajes, tanto históricos como imaginarios, que tradicionalmente han sido tratados con gran desprecio, a veces incluso con repugnancia, por la opinión pública más bien pensante. Podemos citar aquí algunos ejemplos: Atila, terrible rey de los hunos, la bruja malvada que aprisionó a Hänsel y Gretel en su cabaña de mazapán, el misterioso y siniestro Jack el Destripador, piratas crueles como el capitán Barbarroja, los famosos y siempre desalmados traficantes de esclavos, etc.

Hasta ahora, todos estos personajes eran vistos como monstruos despiadados y sanguinarios. Sin embargo, en la actualidad, esta visión negativa que se tenía de ellos está comenzando a cambiar. Y esto es así porque, a la luz de las ideas neoliberales que dominan el mundo actual, todos ellos comienzan a revelarse ante nuestros ojos como auténticos héroes. Todos ellos, de forma modesta y silenciosa, hicieron algo que favoreció el bienestar de todos los pueblos del mundo, aproximándolos al siempre tan ansiado objetivo de la riqueza universal. Sí, todos ellos… crearon puestos de trabajo.

No cabe la menor duda. Consideremos, por ejemplo, al bárbaro Atila. Este famoso caudillo contrataba un número ingente de soldados en cada una de sus sangrientas correrías, y cuando la mayoría moría, pocos días después, siempre reclutaba aún más. Gracias a él, no existían nunca personas desempleadas. Por su parte, la bruja de la cabaña de mazapán fue, en realidad, un ejemplo admirable de iniciativa empresarial. Su mesón, que tenía por especialidad gastronómica los niños asados, dinamizaba la economía del bosque y creaba muchos puestos de trabajo entre los duendes, empleados allí como camareros. ¿Y qué podemos decir del sanguinario Jack? Nunca el sector de las funerarias estuvo tan floreciente, empleando a tantos trabajadores. El pirata Barbarroja, por su parte, creó numerosos puestos de trabajo en el sector naval. Y los traficantes de esclavos, que transportaban a los trabajadores hasta las plantaciones, donde existía una gran demanda de mano de obra, no hacían otra cosa sino permitir la creación de empleo y estimular la economía.

Sí, porque en los días de hoy lo importante, lo admirable, es crear puestos de trabajo. No importa si, para ello, se comete algún pequeño crimen, o incluso uno un poco más grande o un poco más desmedido. Matar, comer, envenenar, explotar, asesinar a alguien… no dejan de ser pequeños detalles, algo que no se compara a la creación de empleo, ese bien tan precioso para la actual sociedad industrial. Nada existe, por tanto, más digno de admiración que los grandes creadores de empleo de la actualidad, eximios benefactores de la humanidad: los comerciantes internacionales de armas, los empresarios que buscan mano de obra del tercer mundo, los banqueros y financieros dedicados al fraude y a la usura, los gobernantes corruptos que llenan de cemento sus propios países, los promotores de grandes centrales nucleares… El bien supremo es siempre la creación de puestos de trabajo.

De todo esto se concluye que el mundo en que vivimos se olvidó de algunas cosas. Para comenzar, se olvidó de que los puestos de trabajo no son creados por una única persona. En realidad, son creados conjuntamente por diversos sujetos activos y pasivos: los trabajadores, el capital inversor, la gestión empresarial, los consumidores del producto, las leyes y usos laborales, etc. Quien toma la iniciativa de abrir y gestionar una empresa se limita a seguir, junto con los otros intervinientes, las indicaciones dadas por la realidad del mercado.

Y claro, su objetivo no es beneficiar a la humanidad creando empleo. Su objetivo es simplemente el lucro personal. Para ello no dudará, en muchos casos, y tal como se ve tantas veces, en explotar abusivamente a los trabajadores, en apoderarse de forma fraudulenta del capital de la empresa, en someter a los consumidores a una publicidad agresiva y persistente, o incluso en tratar de modificar las leyes laborales existentes… El supuesto benefactor de la humanidad no es, muchas veces, más que un tirano poseído por una avaricia desmedida.

Otra cosa olvidada por nuestro mundo actual es que el trabajo es un derecho constitucional. Corresponde, por tanto, al estado asegurar que todos los ciudadanos tienen trabajo, ya sea creando empresas o empleo público, ya sea favoreciendo la formación de empresas privadas que respeten las leyes. Sin embargo, los gobernantes neoliberales de la actualidad incumplen este mandato constitucional y renuncian a crear o a asegurar el empleo de los ciudadanos. La iniciativa privada pasa a ser, por tanto, la única en formar empresas, la única a partir de la cual se forma el poco empleo existente. Así, cualquier ciudadano que se incorpore a una de estas empresas privadas tiene la obligación de agradecer a la persona que lo contrata la dádiva de su puesto de trabajo. Y, claro, si no quiere quedar desempleado, debe perdonarle también todos sus pequeños o grandes crímenes. Aunque estos atenten contra su propia salud o dignidad.

Hoy en día, a cualquier criminal que es llevado ante el juez le basta con invocar a este nuevo ángel de la perversidad para, al instante, salir en completa libertad. Sólo necesita decir: yo creé puestos de trabajo.

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