14/5/09

El coche como solución a las amarguras de la vida.

El progreso es la gran maravilla de nuestra época, una maravilla que viene en auxilio de todo el mundo. Y esto es así incluso también para los suicidas. En la antigüedad, cuando una persona quería suicidarse sufría grandes y penosas incomodidades: o bien debía subir hasta lo alto de un peñasco para arrojarse desde él, o bien debía ir hasta un bosque lejano para ser devorado por un dragón cualquiera, o bien debía viajar hasta los trópicos para ser merendado por famélicos pueblos caníbales…

Hoy en día, gracias al progreso, nada de todo esto es necesario. Para suicidarse basta con salir a la puerta de casa y dar unos cuantos pasos en frente con los ojos cerrados. Un magnífico automóvil, seguramente de la última y más sofisticada tecnología, se encargará rápidamente de poner fin a nuestra vida. Incluso en el caso de que no pretendamos suicidarnos, el automóvil ejercerá igualmente su magnánima y piadosa función. Y es que para los coches, suicidas y distraídos son en el fondo la misma cosa.

Actualmente, en todas las sociedades modernas, el coche es considerado un objeto sagrado, un ídolo multiforme al cual se le rinde culto con la más sincera devoción. Y esto ocurre especialmente en las ciudades, donde los coches tienen siempre prioridad sobre las personas y ocupan la mayoría del espacio público. Las personas quedan, de esta forma, arrinconadas en estrechas y tortuosas aceras, a menudo ocupadas también por los coches aparcados sobre ellas.

Pero los coches no sólo tienen este privilegio. Son también responsables de más del 95% del ruido que inunda las ciudades, convirtiendo éstas en lugares impropios para el más imprescindible descanso. Y son responsables también de más del 80% de la contaminación atmosférica, siendo así los principales culpables de la insalubridad de las ciudades.

Pero aún hay más. Los coches son también responsables, para un país de mediana dimensión, de la muerte de una decena de personas por día, víctimas infelices de atropellamiento. Porque, aclaremos esto: en las sociedades modernas y civilizadas el asesinato es perfectamente legal. Únicamente hay que saber escoger el instrumento con el que se realiza.

Por ejemplo, si alguien nos mata utilizando un puñal, el agresor es rápidamente condenado y enviado a la cárcel. Por el contrario, si alguien nos mata utilizando un coche, el agresor es simplemente considerado como un interviniente en un desgraciado accidente de circulación. Y una vez se comprueba que tiene todos los papeles en regla, el asesino puede volver tranquilamente para su casa, e incluso puede hacerlo en coche.

Puede pensarse que en un caso el asesino tenía intención de matar, ya que nos clavó certeramente el puñal en la espalda, mientras que en el otro caso no existía tal intención. Pero entonces, ¿cómo podemos calificar al hecho de circular a gran velocidad dentro de una zona urbana? ¿O es que esto no es también tener intención de matar?

Si quien nos clavó el puñal asegura que únicamente estaba jugando con el arma y que accidentalmente se clavó en nuestra espalada, ¿deberemos creerle? Y si quien nos atropelló dice que únicamente circulaba a gran velocidad dentro de la ciudad y que la culpa es nuestra por ponernos delante de su coche, ¿deberemos también creerle?

Al fin y al cabo, ¿qué importancia puede tener para la víctima si el asesinato fue realizado o no con intención? Ciertamente, lo mismo da estar muerto de una forma o de otra. Lo importante habría sido evitar esa muerte. Justamente es por eso, para evitar que cometa más crímenes, que a un homicida se le pone en la cárcel. ¿No debería, por tanto, encerrarse también al coche veloz y a su conductor en la cárcel… o en un garaje?

Sería bastante sensato prohibir la utilización del coche en el interior de las ciudades o, como mínimo, prohibir su utilización a una velocidad superior a 20 Km/h, velocidad considerada apropiada para barrios residenciales. Con esto se evitarían todos los días muertes innecesarias.

¡Lástima que el coche, en las sociedades iluminadas por el progreso, sea considerado sagrado y que no podamos hacer nada para evitar su dominio sobre el ser humano, ese triste y humilde mortal!

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