24/4/09

Quemar otra vez la biblioteca de Alejandría.

La famosa biblioteca de Alejandría ardió hace ahora un par de milenios, en los lejanos tiempos clásicos. A pesar de la magnitud de la catástrofe, la verdad es que nunca se llegó a saber muy bien cuál fue el origen del incendio. Sin embargo, conociendo la naturaleza humana tal como la conocemos hoy en día, podemos tener una idea bastante clara de cómo sucedió.

Todo comenzó en un frío día de invierno, poco después de las fiestas en honor del dios Apis. En ese día, de repente, el bibliotecario mayor de la gran biblioteca de Alejandría comenzó a sentir frío. Viendo que ya no quedaba leña, el bibliotecario pensó que, para calentarse un poco, quizás podía quemar unos cuantos papiros viejos en la chimenea. Seguro que nadie iba a notar su falta.

El invierno fue avanzando lentamente y, siempre con falta de leña, los papiros fueron desapareciendo en el fuego uno tras otro, convirtiéndose en reconfortante calor. Y así, meses después, cuando el bibliotecario fue a buscar más papiros para quemar, se dio cuenta de que ya había quemado todos. No quedaban más en toda la biblioteca. Comenzó entonces a pensar que su comportamiento, después de todo, no había sido demasiado inteligente. Así, tratando de ocultar la negligente destrucción de todos los papiros de la biblioteca, prendió fuego a todo el edificio. Y así fue, con toda probabilidad, cómo ardió la más famosa biblioteca de la historia.

Ese fue sin duda el invierno más calentito de toda la vida del bibliotecario. Desgraciadamente, pasó el resto de sus días sin empleo y sin dinero para comprar leña o cualquier otro tipo de combustible, por lo que acabó por morir de frío poco tiempo después.

Es una historia con un final triste. Resulta imposible no sentir lástima por este pobre hombre. Y eso a pesar de que, debido a su actitud estúpida e irresponsable, desaparecieron todos los valiosos e irrepetibles libros guardados en la biblioteca. La humanidad quedó así privada de un conocimiento adquirido durante siglos y siglos de arduo y laborioso esfuerzo.

Podemos pensar que, hoy en día, a nadie se le ocurriría quemar los libros de una biblioteca como la de Alejandría sólo para entrar un poco en calor. ¿O quizás sí?… Pues bien, en realidad no sólo es posible, sino que es casi inevitable. Forma parte del modo de pensar y de ser de nuestra civilización. Basta observar, por ejemplo, lo que ocurre hoy en día con la conservación de la diversidad biológica, la llamada biodiversidad.

Durante miles de millones de años, una cantidad de tiempo inimaginable, prácticamente una eternidad, la evolución fue creando las millones de especies existentes en la actualidad. Cada una de ellas está adaptada a la perfección al ambiente que vive y es única e irrepetible. Y cada una tiene la toda la información que la define en su código genético, escrita detalladamente en las moléculas de ADN.

Podemos fácilmente comparar el código genético de cada especie con un libro. En realidad, en el código genético está escrito, línea a línea, cómo construir un organismo vivo y cuáles son las características que le permitirán desempeñar una determinada función dentro del ecosistema en que se integra. Así, destruir una especie y su código genético equivaldría, según esta comparación, a quemar un libro.

Pues bien, quemar estos libros es exactamente lo que estamos haciendo actualmente. La actual actividad humana está destruyendo todas las especies. La biodiversidad disminuye en el mundo a cada día que pasa, cada vez más aceleradamente. Pero hay una gran diferencia entre destruir libros y destruir especies. Mientras que para reponer el conocimiento de los libros pueden ser necesarios quizás unos pocos siglos, para reponer, de alguna forma, las especies eliminadas harán falta, como mínimo, millones y millones de años de evolución.

¿Y cuál es el motivo para destruir todas estas especies? El motivo es mantener un modelo de civilización agresivo que, como ya todo el mundo sabe, resulta insostenible. Es decir, ni siquiera va a durar mucho más tiempo. Se talan bosques para plantar cultivos que duran apenas unos años, se convierten praderas en monocultivos contaminantes, se acaba con bancos pesqueros para crear piensos para el ganado, se secan los ríos desviando el agua para actividades turísticas, se propagan plagas y especies invasoras por descuidadas razones comerciales…

En fin, el motivo es aún más estúpido que el del bibliotecario de Alejandría. Si aún fuese para calentarse un poco las manos durante el invierno, sería más comprensible.

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