Incluso podemos ver, a veces, la figura de una gran ciudad formada por numerosos y enormes rascacielos que se elevan a partir de amplias avenidas verdeantes de vegetación, una ciudad bañada por mares cálidos sobre los que se adivinan fantásticas islas de formas sorprendentes, una ciudad llena de hoteles, de bancos, de centros comerciales, de centros de diversión nocturna, una ciudad con enormes pabellones cuyo suelo está cubierto de blanca nieve y por donde circula una multitud de esquiadores…
Pero al final, puede que no se trate realmente de un espejismo. Lo más probable es que se trate de una realidad tangible. Seguramente nos encontramos, en verdad, ante un destino turístico como Dubai, una de las nuevas perlas de los mares de oriente.

Ante la enorme gravedad de este problema, ¿qué hacen los turistas de todo el mundo? Pues, por más sorprendente que parezca, los turistas acuden en masa, cada año, hacia estos espejismos. Acuden religiosamente hacia estas enormes fábricas de contaminación. Porque ¿qué mejor que combinar a un mismo tiempo el disfrute de unas agradables vacaciones y la destrucción del mundo? Pasar unos días en uno de estos lugares permite a cada turista aportar a la atmósfera unas buenas toneladas de CO2 y contribuir así para la destrucción del planeta. De esta forma se evita, de una sola vez, tener que donar dinero para la eliminación de los osos polares, de los arrecifes de coral, de la vegetación subtropical, de los cultivos fértiles… ¡Y además, se hace todo de una forma divertida!
Incluso aquellos turistas que viven en los países más sensibles al cambio climático contribuyen también para la destrucción del mundo y para la desaparición inminente de su propio país. No hay duda de que se trata de personas valientes y llenas de coraje, dignas de gran admiración. Pero tenemos que admitir que, en general, el mundo está lleno de personas valientes, pues precisamente los dos países más destructivos, con una mayor huella ecológica, Dubai (EAU) y EUA, son de los que atraen cada año más turistas.
Practicar este turismo suicida e irresponsable es sin duda admirable. Pero, pensemos bien: no hace falta ir tan lejos para destruir el planeta. Con un poco de imaginación, podemos quedarnos en nuestro propio país y contribuir para la destrucción del mundo de una forma bastante más barata pero igualmente eficaz.
Por ejemplo, podemos ir a acampar a una refinería de petróleo que esté cerca de nuestra casa y prenderle fuego, emitiendo así una cantidad considerable de CO2. Y si no nos gusta acampar, podemos ir a una gasolinera, la que esté más cerca de nuestra casa, comprar unos bidones de gasolina y luego quemarlos en cualquier parte. Claro que también podemos optar por una actividad más tradicional como es ir a un bosque y prenderle fuego. Esta modalidad tiene la ventaja de que, además de emitir CO2, se eliminan las propias plantas que podrían retirar este gas de la atmósfera.
Así es: cualquier contribución para destruir turísticamente nuestro planeta, por más pequeña que ésta sea, será siempre bien venida. Tal como nuestra propia sociedad, conviértase también usted en un maravilloso espejismo.
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