12/7/19

La lucha entre el buen salvaje y el científico loco


Todos nosotros leemos o escuchamos noticias a diario, pues nos gusta estar informados de todo cuanto ocurre a nuestro alrededor, especialmente de todo aquello que pueda de alguna forma afectar a nuestras vidas. Y al hacerlo mostramos nuestra preferencia por unos determinados medios de comunicación que, de forma más o menos consciente, seleccionamos porque consideramos que son más fiables o adecuados para que nos transmitan esas noticias que nos interesan o que simplemente consumimos.

Esta labor de analizar, comparar y finalmente seleccionar nuestras fuentes de información es algo que realmente tiene gran importancia para nosotros, pues ni todas las fuentes son iguales, ni tienen todas el mismo valor, ni merecen todas la misma confianza. Somos bien conscientes de que, con demasiada frecuencia, determinados medios de comunicación recogen noticias falsas, dan pábulo a rumores infundados, tergiversan torpemente los hechos o, simplemente, se inventan historias fantasiosas con inconfesables propósitos comerciales o de cualquier otro tipo.

Es por tanto evidente que todo tipo de verdades, de medias verdades, de falsedades o de simples mentiras crecen, se multiplican y se atropellan cada día tumultuosamente a nuestro alrededor. Y para sobrevivir en medio de esta vorágine, para llegar a vislumbrar al menos una parte de la verdad de las cosas, tenemos que aprender a lidiar con todas ellas. Para empezar, evaluando continuamente la veracidad de la información que nos llega y quién nos la transmite.

Así, no pasará mucho tiempo antes de que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿en quién debemos confiar más, en una persona que nos dice siempre veinte verdades sobre cualquier tema o en una persona que nos dice tan solo cinco verdades?

Parece lógico que escojamos siempre la primera, que escojamos a quien nos proporciona una mayor cantidad de información y además conforme a la realidad de los hechos. Sin embargo, ¿qué ocurriría si la persona que nos dice veinte verdades nos dice siempre también, al mismo tiempo, veinte mentiras? ¿Y si la persona que nos dice sólo cinco verdades, en cambio, no nos dice nunca ninguna mentira? Si así fuese, ¿en quién deberíamos realmente confiar más? Parece ahora evidente que deberíamos confiar más en la segunda persona, pues no nos miente nunca, mientras que la primera nos miente la mitad de las veces.

Considerando la información que recibimos y cómo la recibimos, deberemos aceptar una máxima o principio básico. Deberemos aceptar que nuestro conocimiento no es la suma de la información que recibimos, sino que es el resultado de un simple cómputo matemático. Nuestro conocimiento es, en realidad, la suma de las verdades que adquirimos menos la suma de las mentiras que erróneamente aceptamos.

La suma de las informaciones verdaderas menos la suma de las informaciones falsas es la que nos da la auténtica medida de nuestro nivel de conocimiento. Es cierto que, de forma algo ingenua, podríamos pensar inicialmente que, para ser más sabios, nuestro mayor interés consiste en saber el mayor número posible de cosas, en tener un conjunto de informaciones lo más amplio y extenso posible, en convertirnos en un vasta enciclopedia de hechos y sucesos.

Pero esto no es así. No nos basta con tener mucha información. Nos interesa también, al mismo tiempo, que entre las informaciones que adquirimos y aceptamos como verdaderas haya el menor número posible de mentiras. Y sabiendo que existen pequeñas y grandes verdades tanto como pequeñas y grandes mentiras, concluiremos que tener más y mejor conocimiento consiste, en realidad, en adquirir un mayor número de grandes verdades y un menor número de grandes mentiras.

El cómputo entre verdades y mentiras nos permite, por ejemplo, comprender por qué vivimos en un mundo que tiene cada vez más conocimiento científico y técnico y, al mismo tiempo, paradójicamente, en un mundo que tiene cada vez peores condiciones de vida, al menos para la mayor parte de sus habitantes, o que se enfrenta a catástrofes ambientales y ecológicas de una gravedad extrema y sin precedentes.

Parece como si, en realidad, el mundo avanzase en sentido opuesto al que debería dictar el enorme progreso existente en el conocimiento científico. Pero esto no nos debe resultar extraño si recurrimos a nuestro cómputo de conocimiento. No cabe duda que nuestras sociedades modernas están desbordantes de nuevos y deslumbrantes descubrimientos, pero al mismo tiempo, por desgracia, están aún dominadas por enormes y terribles mentiras que se agarran a nuestro pensamiento y que, parasitándolo, nos impiden avanzar.

Víctimas, a nuestro pesar, de un enorme conjunto de ideas antiguas, desfasadas y, sobre todo, falsas, cada nuevo descubrimiento parece, en realidad, destinado únicamente a potenciar y aumentar los efectos de las ideas trasnochadas que dominan nuestras mentes. Cada nuevo avance se pone inevitablemente al servicio de las antiguas y grandes mentiras, sin ser nunca capaz de vencer o de escapar a su pesado lastre, siempre cada vez más pesado. Baste citar, como ejemplo paradigmático, la rapidez con que el descubrimiento de la física nuclear se aplicó en algo tan primitivo como la guerra y con consecuencias tan devastadoras para la propia humanidad.

Utilizando el cómputo de verdades y mentiras podemos también comprender fácilmente el mito del buen salvaje, el mito del individuo primitivo sin casi ningún conocimiento pero, al mismo tiempo, sin ningún rastro de maldad. El buen salvaje es, en realidad, un individuo ingenuo que conoce unas pocas verdades y ninguna mentira, ya que en ningún momento ha sido corrompido por nuestra sociedad. Así, a pesar de tener poca experiencia y un escaso volumen de información, el cómputo de su conocimiento es siempre enormemente positivo.

Y podemos igualmente comprender el mito del científico loco, el mito del individuo poseedor de un portentoso conocimiento y una erudición sin límites pero que, al mismo tiempo, se halla completamente dominado por la maldad, pues ha sido corrompido por las más grandes mentiras y vicios de nuestra sociedad. Así, a pesar de poseer un vasto y admirable volumen de información, el cómputo de conocimiento del científico loco es siempre tremendamente negativo.

Evidentemente, podemos rehuir del modelo simplista creado por estos dos ejemplos tan extremos. Podemos pensar, por ejemplo, en la existencia de un científico benévolo, guiado únicamente por la verdad, que se revela continua y corajosamente contra toda maldad, mentira o superstición propia de nuestra sociedad. Y podemos pensar también en que no sólo existen buenos salvajes, sino que también puede haber salvajes malvados o perversos, dominados por unas pocas pero abominables mentiras. En resumen, podemos concluir que, independientemente del mayor o menor volumen de información que posea una persona, el cómputo de sus ideas tanto puede ser, en cada caso, de signo positivo como negativo.

Sin embargo, si analizamos con detenimiento la realidad de nuestras sociedades modernas podemos concluir, no sin cierto pesar, que parecen caracterizarse por lo peor de los dos mitos, de estos dos extremos. Nuestras sociedades podrían quizás definirse como un bando de científicos locos y suicidas guiando tras de sí a una horda descerebrada de bárbaros salvajes.

No cabe duda de que el volumen de conocimiento de nuestra sociedad moderna es muy elevado, cada vez mayor. Pero al mismo tiempo, el cómputo, la relación entre la suma de las verdades y las mentiras, parecer ser terriblemente negativo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario