29/11/18

Financie la esclavitud mientras hace las compras


El mar está lleno de peces de todos los tamaños, unos más grandes y otros más pequeños. Y comúnmente se acepta que entre ellos sólo rige una única e invariable norma: la ley de que el pez grande se come al pequeño. Esto significa, en resumen, que el pez grande se come a uno pequeño, que se come a su vez a otro aún más pequeño, que se come a su vez a otro aún menor, y así sucesivamente. Así, en virtud de esta simple ley, el mar se convierte en un mundo idílico, en perfecta armonía, donde unos comen y otros se dejan comer.

Sin embargo, en algunos mares más profundos y escondidos estalla a veces la rebelión. En ellos, los peces pequeños deciden no dejarse comer y se unen valerosamente para defenderse contra los peces más grandes. En ocasiones, incluso llegan a convencer a otros peces algo más grandes a unirse a ellos y luchar juntos contra los peces mayores, aquellos que, según el orden social establecido, se los comen a todos. El caos y el desorden se apoderan así, sin remedio, de estos ocultos y procelosos mares.

Podemos decir que en las sociedades humanas ocurre poco más o menos lo mismo que sucede en el mar. Las personas más ricas y poderosas se enriquecen y ganan poder a costa de las que tienen menos. Y entre éstas, las mejor situadas abusan de las que son más pobres, que a su vez abusan de las que son aún más pobres. Es decir, el pez grande se come al pequeño, que se come a otro más pequeño, y así por delante. Y este recatado y admirable modelo social llega a la más exquisita perfección en las florecientes sociedades capitalistas, donde todos viven felices, unos robando y explotando y otros dejándose robar y explotar.

Podemos preguntarnos si en las sociedades humanas no existirán también regiones remotas y desconocidas donde las personas más pobres se rebelen y luchen contra su explotación. Ciertamente existen. Pero por lo general el caos dura poco tiempo y el orden social es luego rápidamente reestablecido. Los ricos acaban otra vez más ricos y los pobres más pobres, llegando algunos de ellos, los más miserables, a convertirse incluso en esclavos. Y es que con la continua negación de derechos y libertades, con su ataque a la dignidad de las personas, el capitalismo empuja inevitablemente a los más pobres a vivir sumidos en la esclavitud.

Podemos entender por qué los esclavos no suelen rebelarse contra los más ricos, pues no suelen tener las más mínimas condiciones materiales para hacerlo. Ni siquiera las fuerzas anímicas necesarias para emprender lo que es, casi siempre, poco menos que un suicidio. Pero ¿por qué las personas menos pobres no se unen a ellos para luchar juntos contra los más ricos? ¿No derrotarían fácilmente, de esta forma, a sus comunes opresores? Pues bien, seguramente sí.

Pero lo que suele ocurrir es que los peces medianos, en vez de volverse contra los más grandes, intentan compensar su desgracia atacando con más fuerza a los más pequeños. En vez atacar a quien se los come, deciden atacar, con mayor empeño y fiereza, a aquellos que pueden comerse. Y es lógico que así sea, porque los peces pequeños están completamente indefensos, mientras que los grandes suelen estar fuertemente armados. Pero también porque los peces grandes hacen lo posible para convencerles, o incluso obligarles, a actuar de esta forma.

Es tristemente frecuente ver como el capitalismo alienta entre las clases medias un consumismo que, llenando sus vidas de cosas inútiles, las lleva a hacerse creer que son más ricas, más opulentas, como peces más grandes. De igual forma, los sueños e ideales que alienta entre estas mismas clases no son ciertamente de justicia o de fraternidad universal, sino de riqueza fácil, rápida y deslumbrante. Es el sueño de volverse más rico a costa de crear muchos más pobres, pobres a los que inevitablemente siempre se debe odiar y despreciar.

Pero quizás el mecanismo más admirable creado por el capitalismo es aquel que permite que las personas pertenecientes a las clases sociales más bajas financien la esclavitud mientras realizan sus habituales compras semanales. Y eso a pesar de que esas mismas personas están a veces a sólo un paso de convertirse, a su vez, en míseros esclavos.

El mecanismo es en realidad bastante sencillo. Gracias a la creciente globalización, a la creciente falta de regulación del trabajo y del comercio, los ricos no dudan en utilizar una gran cantidad de esclavos, generalmente en países más pobres, con el fin de producir bienes que son puestos luego a la venta en países más ricos. Y evidentemente el precio de venta de estos productos resulta mucho más bajo que el de cualquier otro producto que pueda haber sido creado bajo unas condiciones laborales dignas.

Por otra parte, debido a esa misma globalización, las personas más pobres que realizan sus compras en los países ricos reciben salarios que son cada vez más bajos. Y como es evidente, no pueden permitirse comprar productos caros. Por el contrario, esas personas se ven obligadas a adquirir los productos que son más baratos, es decir, precisamente aquellos que son creados mediante mano de obra esclava.

Así, comprando estos productos, las personas pobres acaban por financiar la esclavitud. Sin pretenderlo, sus compras semanales acaban inevitablemente por enriquecer y engordar a los productores y comerciantes esclavistas, que ven así aumentar exponencialmente sus beneficios. Y además, contra más bajos y miserables se vuelvan los salarios de estos compradores, más bajo será el precio de los productos que compren y, de esta forma, más lucrativa y floreciente será la esclavitud, más esclavos habrá en el mundo. Y por si fuera poco, pasado cierto tiempo los propios compradores se convertirán a su vez en esclavos, momento en que la siguiente clase social, algo menos pobre, ocupará su lugar.

Gracias a este admirable y portentoso mecanismo, entre muchos otros semejantes, resulta casi inevitable que los vastos mares del capitalismo acaben siempre dominados por unos pocos peces, grandes, gordos e insaciables. Unos peces que se alimentan glotonamente, día y noche, de otros muchos peces cada vez más pequeños, cada vez más indefensos y cada vez más sumisos al orden social establecido. Pero pensemos bien en lo siguiente: un pez grande y gordo ¿no es más fácil de pescar?



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