27/3/10

Dando vueltas alrededor del consumismo.

Ver a un animal atado a una noria y tirando de ella, sacando el agua con su arduo y constante trabajo, tiene algo de hipnótico. El animal, que en muchas ocasiones es un burro, camina con paso cansino alrededor de la noria describiendo siempre, una y otra vez, el mismo círculo infinito. Sus pasos suenan débil y acompasadamente en un camino ya descarnado por el incesante golpear de los cascos. Al mismo tiempo, con algo de soberbia, el chirrido brusco de los engranajes desafía el calmo y regular caminar del animal. Ya sea bajo el sol o bajo la lluvia, el sudor escurre por el recio pelaje del burro. Y, a pesar de ello, el brillo de su mirada está puesto siempre en frente.

Su ansiosa mirada, llena de sofoco y de mal saciada hambre, está siempre fija en la zanahoria que cuelga delante de él, suspendida de un simple palo. La prometida recompensa está ahí, siempre al alcance de un paso. Sin embargo, por más que intenta una y otra vez aproximarse a ella, la zanahoria tiende obstinadamente a alejarse. En realidad, sólo al final de la jornada conseguirá quizás comerla, junto con el resto de su triste y escasa ración de alimento. Y de toda la cantidad de agua que sacó de la noria, sólo un cubo servirá para saciar su sed.

La imagen de un burro dando vueltas incesantemente alrededor de una noria es una bella y elegíaca metáfora del capitalismo. Y puede además servir también para explicar el desbordante consumismo que caracteriza a las sociedades actuales, rendidas casi por completo a los sutiles y refinados placeres del capital.

El sistema económico capitalista se basa en la propiedad privada de los medios de producción y, gracias a esta condición abusiva, en las jugosas plusvalías obtenidas del trabajo ajeno. Es algo muy simple de comprender: con cada vuelta que da a la noria, el burro consigue extraer del pozo diez litros de agua. Pero sólo uno de esos litros redunda en su beneficio. Los otros nueve son siempre para el dueño de la noria, que se arroga la propiedad del ingenio mecánico y de toda el agua extraída con él. Así, cada vuelta que da el burro a la noria supone para su propietario un beneficio absoluto.

Para el burro, cada nueva vuelta significa simplemente la posibilidad de alimentarse al final de la jornada, puesto que si no la diese no recibiría al final del día el alimento que le es esencial para sobrevivir. El burro es, por tanto, un mero engranaje de la máquina productiva, no teniendo ningún derecho sobre el resultado de su trabajo.

Como es evidente, contra más vueltas dé el burro, más beneficio obtiene el dueño. Por eso, los animales de las norias fueron siempre fustigados por los dueños para que andasen más deprisa y para que diesen más vueltas. Sin embargo, eso de agitar el látigo en el aire y descargarlo sobre el burro implica algún esfuerzo físico, algo a que los dueños, con el paso del tiempo, cada vez iban estando menos acostumbrados. Y así, un buen día, uno de ellos tuvo la ingeniosa ocurrencia de colgar una zanahoria a frente del burro. De esta forma, el animal, atraído por la promesa de este modesto pero sabroso manjar, comenzó a andar velozmente, sin parar, alrededor de la noria. Y contra más hambriento estaba, más aceleraba el paso.

Para que el burro andase aún más deprisa, bastaba con poner dos zanahorias a su frente. O incluso un manojo de ellas. Más tarde, alguien pensó que bastaba simplemente con poner a frente del animal la fotografía de un campo de zanahorias. De esta forma, sin necesidad de fustigarlos, los burros pasaron a andar rápidamente alrededor de las norias. Y a cada nueva vuelta que daban, ahora ya por su propia voluntad, mayor era el beneficio obtenido por los dueños. Fue así que nació la idea del consumismo.

En las economías capitalistas los obreros trabajan constantemente, tal como los burros en la noria. Y a pesar de ello, en la mayoría de los casos, nunca consiguen salir de la pobreza. El resultado de su trabajo redunda claramente en beneficio de los dueños de los medios de producción. Y cuanto más trabajan los obreros, más beneficio tienen sus patronos. Pocas posibilidades les son dadas para reclamar una parte más justa de su propio trabajo.

De igual forma que los burros, los obreros eran al principio fustigados para que trabajasen más. Pero también aquí alguien encontró una solución mucho más cómoda. Bastaba con colgar preciosos objetos de consumo a frente de ellos. Así, intentando conseguirlos, los obreros pasaron a trabajar más horas y siempre con más ahínco. Para un obrero de vida triste y vacía, la visión de un simple objeto de consumo, siempre de un modelo más moderno y avanzado, es lo mismo que la visión sublime y esplendorosa de un campo de zanahorias.

De esta forma, los obreros trabajan duramente para comprar mil y una cosas que en realidad no necesitan. Pero contra más trabajan para obtenerlas, contra más vueltas dan a la noria, más ganan los patronos, que son además los dueños y vendedores de esos mismos objetos de consumo. El consumismo crea riqueza... Pero sólo para algunos. Para el resto es siempre la misma miseria. Para el resto es siempre una noria a la que dar vueltas de forma hipnótica y sin sentido.

2/3/10

La solución como problema.

Existen principios arquitectónicos que parecen claros para todo el mundo, como los que se refieren al lugar apropiado para construir una edificación. Por ejemplo, construir una casa sobre el lecho de un río no parece ser una idea muy inteligente. Si la corriente no acaba por llevarse, piedra a piedra, todos los cimientos de la casa, cualquier crecida acabará por arrasarla por completo en cuestión de minutos. Así, si decidimos construir nuestra casa en medio del río es seguro que bien pronto nos quedaremos sin ella. Y la causa de ello será, como es evidente, nuestro error al elegir el lugar de su edificación. La solución a nuestro problema consistirá, por tanto, en construir otra casa, pero esta vez fuera del río, en tierra firme y segura.

Sin embargo, para la gran mayoría de las personas la solución a nuestro problema sería otra muy diferente. En su opinión, la solución más acertada no sería construir una nueva casa, sino construir una presa río arriba. De esta forma, impidiendo el paso de las aguas, el lecho del río se secaría y la casa construida en él estaría a salvo. Combatiendo no la causa, mas sí las consecuencias de construir la casa en un lugar inadecuado, el problema estaría aparentemente solucionado.

¿O quizás no? Porque el embalse, claro, poco a poco se iría llenando de agua y subiendo de nivel. Y cada año deberíamos ir aumentando la altura de la presa para que el agua no acabase por desbordar. Siempre con gran esfuerzo, año tras año, la presa debería ir creciendo más y más en altura. Hasta que un buen día, como es lógico, acabaría por reventar. Y la riada creada entonces por el reventamiento no sólo se llevaría nuestra casa, sino que arrasaría todo el valle y todas las casas construidas en él sobre tierra firme. Al final, combatir las consecuencias no sólo no solucionó el problema, sino que acabó por aumentar su dimensión.

Podemos decir así que cuando la solución que se aplica a un problema no ataca sus causas, sino únicamente sus consecuencias, dicha solución pasa a convertirse en parte del problema. Y esta solución puede incluso, como en el citado caso, aumentar la dimensión del problema hasta el punto de acabar por convertirlo en una terrible e inevitable catástrofe.

En nuestro mundo actual se adivina un gran número de catástrofes de este tipo. Por ejemplo, la relativa a la escasez de alimentos. Uno de los problemas más graves con que se enfrenta hoy la humanidad es conseguir una producción agrícola lo suficientemente elevada como para alimentar a toda la población. Se calcula que, en este momento, 1.000 millones de personas en todo el mundo están subnutridas o pasan hambre.

Para poder solucionar este problema, lo primero que debemos hacer es identificar correctamente la causa. Porque, al contrario de lo que se pueda pensar, la actual escasez de alimento no se debe a una menor productividad de los terrenos agrícolas. En realidad, dicha productividad ha venido siempre aumentando a lo largo de las últimas décadas. La verdadera y auténtica causa del problema es tener una población humana en continuo crecimiento. Así, cualquier cantidad de alimento producida, por mucho que aumente, acabará siempre por ser totalmente insuficiente. La solución sería, por tanto, controlar el aumento de la población, reduciendo progresivamente la natalidad en todos los países hasta conseguir una población estable y ambientalmente sostenible.

Sin embargo, en la actualidad se insiste en que la solución sea otra. Una y otra vez se insiste en atacar las consecuencias y no las causas. Así, todos los esfuerzos se centran en conseguir una producción agrícola cada vez mayor: se ganan nuevas tierras para la agricultura, se introducen nuevas técnicas, se sustituyen explotaciones extensivas por otras intensivas, se crean artificialmente nuevas plantas… Por desgracia, todos estos esfuerzos se encaminan, casi siempre, hacia un modelo de agricultura cada vez más insostenible y que agota progresivamente la fertilidad del suelo.

Pero aunque no fuese así, es evidente que los terrenos cultivables del planeta no son ilimitados y su productividad tampoco lo es. Tarde o temprano se acabarán las nuevas tierras y las viejas llegarán a su límite de producción. En ese momento el problema de la escasez de alimento acabará por desbordarse definitivamente. Y el hambre y las enfermedades no sólo barrerán algunos países, sino que acabarán con la población de continentes enteros y afectarán a la totalidad del mundo.

Se calcula que en la actualidad existen más de 6.000 millones de personas y que dentro de 20 años serán 8.000 millones. La población subnutrida, que es ahora de 1.000 millones, podrá ser entonces de 3.000 millones si no aumenta la producción agrícola. Y es de esperar que, siguiendo modelos cada vez más insostenibles, dicha producción comience a disminuir en un futuro próximo. Así, la opción de aumentar indefinidamente la producción agrícola acabará por convertirse no en la solución, sino en parte del problema de la escasez de alimentos. Atacando únicamente las consecuencias y no las causas, el hambre acabará por afectar a cada vez más millones de personas.

En la quietud de la noche, mientras usted duerme placenteramente en su casa construida en medio del río… ¿no le parece oír, a veces, el lejano e inquietante sonido del reventar de una presa?