2/3/10

La solución como problema.

Existen principios arquitectónicos que parecen claros para todo el mundo, como los que se refieren al lugar apropiado para construir una edificación. Por ejemplo, construir una casa sobre el lecho de un río no parece ser una idea muy inteligente. Si la corriente no acaba por llevarse, piedra a piedra, todos los cimientos de la casa, cualquier crecida acabará por arrasarla por completo en cuestión de minutos. Así, si decidimos construir nuestra casa en medio del río es seguro que bien pronto nos quedaremos sin ella. Y la causa de ello será, como es evidente, nuestro error al elegir el lugar de su edificación. La solución a nuestro problema consistirá, por tanto, en construir otra casa, pero esta vez fuera del río, en tierra firme y segura.

Sin embargo, para la gran mayoría de las personas la solución a nuestro problema sería otra muy diferente. En su opinión, la solución más acertada no sería construir una nueva casa, sino construir una presa río arriba. De esta forma, impidiendo el paso de las aguas, el lecho del río se secaría y la casa construida en él estaría a salvo. Combatiendo no la causa, mas sí las consecuencias de construir la casa en un lugar inadecuado, el problema estaría aparentemente solucionado.

¿O quizás no? Porque el embalse, claro, poco a poco se iría llenando de agua y subiendo de nivel. Y cada año deberíamos ir aumentando la altura de la presa para que el agua no acabase por desbordar. Siempre con gran esfuerzo, año tras año, la presa debería ir creciendo más y más en altura. Hasta que un buen día, como es lógico, acabaría por reventar. Y la riada creada entonces por el reventamiento no sólo se llevaría nuestra casa, sino que arrasaría todo el valle y todas las casas construidas en él sobre tierra firme. Al final, combatir las consecuencias no sólo no solucionó el problema, sino que acabó por aumentar su dimensión.

Podemos decir así que cuando la solución que se aplica a un problema no ataca sus causas, sino únicamente sus consecuencias, dicha solución pasa a convertirse en parte del problema. Y esta solución puede incluso, como en el citado caso, aumentar la dimensión del problema hasta el punto de acabar por convertirlo en una terrible e inevitable catástrofe.

En nuestro mundo actual se adivina un gran número de catástrofes de este tipo. Por ejemplo, la relativa a la escasez de alimentos. Uno de los problemas más graves con que se enfrenta hoy la humanidad es conseguir una producción agrícola lo suficientemente elevada como para alimentar a toda la población. Se calcula que, en este momento, 1.000 millones de personas en todo el mundo están subnutridas o pasan hambre.

Para poder solucionar este problema, lo primero que debemos hacer es identificar correctamente la causa. Porque, al contrario de lo que se pueda pensar, la actual escasez de alimento no se debe a una menor productividad de los terrenos agrícolas. En realidad, dicha productividad ha venido siempre aumentando a lo largo de las últimas décadas. La verdadera y auténtica causa del problema es tener una población humana en continuo crecimiento. Así, cualquier cantidad de alimento producida, por mucho que aumente, acabará siempre por ser totalmente insuficiente. La solución sería, por tanto, controlar el aumento de la población, reduciendo progresivamente la natalidad en todos los países hasta conseguir una población estable y ambientalmente sostenible.

Sin embargo, en la actualidad se insiste en que la solución sea otra. Una y otra vez se insiste en atacar las consecuencias y no las causas. Así, todos los esfuerzos se centran en conseguir una producción agrícola cada vez mayor: se ganan nuevas tierras para la agricultura, se introducen nuevas técnicas, se sustituyen explotaciones extensivas por otras intensivas, se crean artificialmente nuevas plantas… Por desgracia, todos estos esfuerzos se encaminan, casi siempre, hacia un modelo de agricultura cada vez más insostenible y que agota progresivamente la fertilidad del suelo.

Pero aunque no fuese así, es evidente que los terrenos cultivables del planeta no son ilimitados y su productividad tampoco lo es. Tarde o temprano se acabarán las nuevas tierras y las viejas llegarán a su límite de producción. En ese momento el problema de la escasez de alimento acabará por desbordarse definitivamente. Y el hambre y las enfermedades no sólo barrerán algunos países, sino que acabarán con la población de continentes enteros y afectarán a la totalidad del mundo.

Se calcula que en la actualidad existen más de 6.000 millones de personas y que dentro de 20 años serán 8.000 millones. La población subnutrida, que es ahora de 1.000 millones, podrá ser entonces de 3.000 millones si no aumenta la producción agrícola. Y es de esperar que, siguiendo modelos cada vez más insostenibles, dicha producción comience a disminuir en un futuro próximo. Así, la opción de aumentar indefinidamente la producción agrícola acabará por convertirse no en la solución, sino en parte del problema de la escasez de alimentos. Atacando únicamente las consecuencias y no las causas, el hambre acabará por afectar a cada vez más millones de personas.

En la quietud de la noche, mientras usted duerme placenteramente en su casa construida en medio del río… ¿no le parece oír, a veces, el lejano e inquietante sonido del reventar de una presa?

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