19/11/10

Los cangrejos adictos al progreso.

Se entiende por progreso la “acción de ir hacia adelante”. Esto significa, por ejemplo, que un corredor progresa cuando avanza en dirección a la meta, lugar dorado donde espera alcanzar el triunfo al cual aspira. Pero también, de igual forma, se puede decir que un suicida, asomado al borde de un precipicio, progresa cuando da un paso en frente, arrojándose al abismo en cuyas profundidades se perderá para siempre.

En ambos casos existe un avance. Y en ambos casos existe, por tanto, un progreso. Pero, como está claro, estos dos progresos se realizan en direcciones y con objetivos diferentes. En un caso, se progresa hacia la victoria y el triunfo. En otro, se progresa hacia la muerte y la tragedia. Por ello, resulta evidente que mucho más importante que progresar o no progresar, que saber si se avanza o no se avanza, es saber en qué dirección se está avanzando o bien se pretende avanzar. Mucho más importante que progresar o no es saber si, con nuestro progreso, nos dirigimos hacia el triunfo o hacia la tragedia.

Así, resulta de la mayor importancia analizar, con detenimiento, qué rumbo estamos siguiendo. Y especialmente, qué rumbo sigue el mundo y la sociedad en que vivimos. Pues bien, haciéndolo, tarde o temprano tendremos que analizar un cierto rumbo y una cierta idea de progreso que, desde hace largos años, parece dominar nuestra sociedad. Esta idea consiste en identificar el progreso con la consecución de nuevos y modernos avances tecnológicos, cualesquiera que estos sean. Así, cualquier innovación tecnológica que surja, por más inútil o absurda que parezca, por más carente de sentido que sea, marcará siempre el rumbo que inevitablemente deberá seguir nuestra sociedad para conseguir su progreso. Según esta idea, cualquier avance tecnológico es un progreso. Y rechazar este avance supondría renunciar a ese progreso y, en general, a todos ellos.

Esta idea parece bastante absurda, pues afirma que, en lo referente a la tecnología, cualquier camino, cualquier dirección, lleva siempre e inevitablemente hacia el triunfo. Nunca hacia la tragedia. Y, consecuentemente, defiende que se debe avanzar lo más rápidamente posible, para así alcanzar cuanto antes esa victoria. Debe avanzarse en cualquier dirección, sin pensar, sin reflexionar. Nuestra voluntad carece de importancia comparada con los altos designios de la tecnología y su desarrollo, a los cuales debemos siempre prestar sumisa obediencia.

Así, la tecnología, que no es otra cosa que un medio, una herramienta, para conseguir un determinado fin, en nuestros días se ha convertido en un fin en sí misma. Debemos seguir cualquier rumbo que ella marque, renunciando a nuestros propios deseos y aspiraciones, pues ella nunca se equivoca. Y claro, esto tanto se aplica a una determinada tecnología como a la contraria. Pues, en realidad, todas ellas son buenas. ¡Todos los caminos posibles, incluso los contrarios, son inevitablemente buenos!

Esta enorme y absurda demostración de pensamiento acrítico puede llevarnos, por el contrario, a la peor de las tragedias. Y además, lo más rápidamente posible. Conviene analizar, de una vez por todas, el rumbo que determinan las nuevas tecnologías que surgen y, a partir de ahí, juzgar cuáles son buenas y cuáles no lo son. Conviene juzgar qué tecnologías nos interesan para conseguir el futuro que queremos y deseamos y cuáles otras son incompatibles con él. Conviene juzgar qué tecnologías nos permitirán llegar a nuestra meta, al triunfo, y cuáles podrán empujarnos ciegamente hacia el más hondo de los abismos.

Según consta en el imaginario popular, los cangrejos son animales que, al desplazarse, caminan siempre hacia atrás. Por tanto, para un cangrejo parece inevitable avanzar en dirección contraria a aquella a la cual pretende ir. Y si, por ejemplo, pretendiese huir de la red de un pescador, inevitablemente acabaría por caer en ella.

Resulta fácil, por tanto, comprender la enorme tragedia que constituiría para un cangrejo ser un adicto del progreso. Un cangrejo empeñado en avanzar continuamente, en avanzar siempre y en todo momento, lo único que conseguiría es alejarse cada vez más de aquello que esperaba alcanzar. En realidad, un cangrejo progresista, caminando de forma constante, sin remedio, hacia un lugar al cual no desea llegar, y del cual muchas veces debería huir, sería un cangrejo condenado.

Pues bien, andando ciegamente hacia donde la tecnología nos lleva, ¿no estaremos también nosotros condenados? ¿No seremos también nosotros como los cangrejos progresistas, avanzando siempre en dirección contraria a nuestra meta y a nuestra felicidad?… Que levante su pinza quien, de entre nosotros, crea no serlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario