En ambos casos existe un avance. Y en ambos casos existe, por tanto, un progreso. Pero, como está claro, estos dos progresos se realizan en direcciones y con objetivos diferentes. En un caso, se progresa hacia la victoria y el triunfo. En otro, se progresa hacia la muerte y la tragedia. Por ello, resulta evidente que mucho más importante que progresar o no progresar, que saber si se avanza o no se avanza, es saber en qué dirección se está avanzando o bien se pretende avanzar. Mucho más importante que progresar o no es saber si, con nuestro progreso, nos dirigimos hacia el triunfo o hacia la tragedia.

Esta idea parece bastante absurda, pues afirma que, en lo referente a la tecnología, cualquier camino, cualquier dirección, lleva siempre e inevitablemente hacia el triunfo. Nunca hacia la tragedia. Y, consecuentemente, defiende que se debe avanzar lo más rápidamente posible, para así alcanzar cuanto antes esa victoria. Debe avanzarse en cualquier dirección, sin pensar, sin reflexionar. Nuestra voluntad carece de importancia comparada con los altos designios de la tecnología y su desarrollo, a los cuales debemos siempre prestar sumisa obediencia.
Así, la tecnología, que no es otra cosa que un medio, una herramienta, para conseguir un determinado fin, en nuestros días se ha convertido en un fin en sí misma. Debemos seguir cualquier rumbo que ella marque, renunciando a nuestros propios deseos y aspiraciones, pues ella nunca se equivoca. Y claro, esto tanto se aplica a una determinada tecnología como a la contraria. Pues, en realidad, todas ellas son buenas. ¡Todos los caminos posibles, incluso los contrarios, son inevitablemente buenos!
Esta enorme y absurda demostración de pensamiento acrítico puede llevarnos, por el contrario, a la peor de las tragedias. Y además, lo más rápidamente posible. Conviene analizar, de una vez por todas, el rumbo que determinan las nuevas tecnologías que surgen y, a partir de ahí, juzgar cuáles son buenas y cuáles no lo son. Conviene juzgar qué tecnologías nos interesan para conseguir el futuro que queremos y deseamos y cuáles otras son incompatibles con él. Conviene juzgar qué tecnologías nos permitirán llegar a nuestra meta, al triunfo, y cuáles podrán empujarnos ciegamente hacia el más hondo de los abismos.
Según consta en el imaginario popular, los cangrejos son animales que, al desplazarse, caminan siempre hacia atrás. Por tanto, para un cangrejo parece inevitable avanzar en dirección contraria a aquella a la cual pretende ir. Y si, por ejemplo, pretendiese huir de la red de un pescador, inevitablemente acabaría por caer en ella.
Resulta fácil, por tanto, comprender la enorme tragedia que constituiría para un cangrejo ser un adicto del progreso. Un cangrejo empeñado en avanzar continuamente, en avanzar siempre y en todo momento, lo único que conseguiría es alejarse cada vez más de aquello que esperaba alcanzar. En realidad, un cangrejo progresista, caminando de forma constante, sin remedio, hacia un lugar al cual no desea llegar, y del cual muchas veces debería huir, sería un cangrejo condenado.
Pues bien, andando ciegamente hacia donde la tecnología nos lleva, ¿no estaremos también nosotros condenados? ¿No seremos también nosotros como los cangrejos progresistas, avanzando siempre en dirección contraria a nuestra meta y a nuestra felicidad?… Que levante su pinza quien, de entre nosotros, crea no serlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario