2/2/10

La voz de Casandra.

Llegar a ser escuchado no es a veces suficiente. Ni siquiera llega a ser suficiente que nos oigan con gran atención en todo aquello que decimos. Incluso en el caso de que consigamos transmitir correctamente el significado de todas y cada una de nuestras palabras, tampoco eso llega a ser suficiente. A veces es necesario algo más.

Eso es exactamente lo que constató Casandra, una de las hijas de Príamo, el legendario rey de Troya. Todo comenzó cuando el bello dios Apolo, seducido por la hermosura de Casandra, confirió a la princesa el maravilloso poder de la adivinación. Gracias a este don divino, la princesa fue capaz de prever, a partir de entonces, todo aquello que iba a suceder en el futuro. Su felicidad, sin embargo, no iba a durar mucho. Sintiéndose traicionado por Casandra, al no acceder ésta a sus caprichos, el dios Apolo condenó a la princesa a una terrible maldición. Sin retirarle el poder de la profecía que antes le había otorgado, la condenó a que, a partir de ese momento, nadie creyese nunca en sus palabras.

Así, durante la guerra de Troya, la princesa previó, entre otras cosas, la verdadera naturaleza e intención del famoso caballo de madera. Pero debido a la maldición del dios, nadie creyó en lo que decía. Por ello la ciudad de Troya fue invadida y derrotada. Nuevas profecías fueron una y otra vez enunciadas por el poder clarividente de Casandra, pero el resultado fue siempre el mismo. Ante la falta de crédito con que eran acogidas sus palabras, todos los desastres y tragedias que podían haberse evitado acabaron por consumarse.

La maldición del dios Apolo fue ciertamente terrible. Aunque, la verdad, si nos paramos a pensar un poco, quizás podamos tener algunas dudas sobre esta historia. Quizás el dios Apolo nunca llegase a lanzar esta maldición. En realidad, puede que tal maldición nunca existiese. Podría ser, simplemente, que los que escuchaban las clarividentes palabras de Casandra no quisiesen, por propia voluntad, creer en ellas. Quizás su propia estupidez y arrogancia les impidiese hacerlo. Podría ser que, voluntariamente ciegos y sordos, prefiriesen ignorarlas.

La historia de Casandra ilustra a la perfección la relación que existe, en nuestra sociedad, entre la ciencia y el poder político, entre los científicos y los gobernantes. La ciencia investiga la realidad que nos rodea y muchas veces, tal como la princesa troyana, prevé los desastres que van a suceder o que pueden suceder si no se toman las medidas necesarias para evitarlos. Los gobernantes, por su parte, parecen escuchar con atención lo que la ciencia les dice sobre el futuro. Sin embargo, tal como los troyanos, no creen o no quieren creer en sus palabras. Prefieren ignorarlas.

La gran mayoría de los gobernantes prefiere caminar hacia el desastre antes que esforzarse, aunque sea por una sola vez, en comprender el verdadero significado de las palabras y de los sucesos anunciados por la ciencia. Prefieren caminar hacia el suicidio, propio y colectivo, antes que reconocer que sus endebles y fútiles ideas, casi siempre contrarias a los más básicos principios científicos, puedan estar equivocadas. Si llegaron hasta donde están siguiendo esas mismas ideas, ¿cómo podrían pensar ahora que existen otras mucho mejores? Así, prefieren ignorarlas incluso cuando los primeros indicios del anunciado desastre están ya a la vista de todos.

Los gobernantes, sin embargo, saben cuidar bien de las apariencias. Cuando deben tomar una decisión importante sobre el destino de su país toman sus precauciones. En primer lugar, encargan un detallado estudio científico que analice todos los problemas relacionados con la cuestión y que enuncie detalladamente las posibles soluciones. Luego, una vez tienen finalmente el estudio en sus manos, lo guardan en un cajón y sacan del bolsillo su bola de cristal. Sí, porque es normalmente en su bola de cristal, siempre tan fácil de entender, siempre tan autocomplaciente, que los gobernantes encuentran la inspiración necesaria para tomar aquellas medidas que conducirán a su país directamente hacia el desastre.

Es de esta forma que asistimos en todo el mundo a nuevas y cada vez mayores tragedias. Y otras peores están aún por llegar. Podemos tomar como ejemplo los múltiples informes científicos sobre el efecto invernadero y la alteración del clima mundial. Ellos son, una vez más, la voz ignorada de Casandra. Las soluciones enunciadas por la ciencia para evitarlos son, desde luego, repetidamente ignoradas y despreciadas por los gobernantes. El desenlace es así inevitable. A menos, claro, que el mundo entero recupere la lucidez y consiga librarse de sus gobernantes. ¿Será también el dios Apolo quien nos lanzó esta terrible maldición? ¿Fue quizás este dios quien primero nos otorgó la libertad y luego, arrepentido, puso en el poder a nuestros actuales gobernantes?

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