19/2/19

La desbordante dimensión del poder


Las muñecas rusas o matrioshkas son una serie de figuras huecas de madera, de tamaño progresivamente creciente, en las que cada figura puede introducirse en el interior de aquella otra que es inmediatamente mayor. Las muñecas pueden ir así encajándose sucesivamente unas dentro de otras, ganando cada vez más en tamaño, hasta conseguir al final aquello que en apariencia es una única gran muñeca. Pero, en realidad, ésta no es otra cosa que un conjunto de varias muñecas reivindicando un mismo y único espacio desde la pluralidad de sus diferentes dimensiones.

De igual forma que las muñecas rusas, también los diferentes poderes públicos existentes en una sociedad, tales como el poder local, el poder regional o el poder estatal, teniendo diferentes y progresivos tamaños, consiguen ir encajando sucesivamente unos dentro de otros. Y tal como las muñecas, todos ellos tratan de reivindicar y de ejercer su poder en un mismo y único espacio desde la pluralidad de sus diferentes dimensiones.

Sabemos que todo poder, cualquiera que sea su tamaño o dimensión, es capaz de degradarse y corromperse, especialmente en el seno de una sociedad decadente e ideológicamente a la deriva. Y también que la única solución para evitarlo es tener en todo momento una sociedad fuertemente instruida e ideologizada, inmune a la corrupción y decidida a defender esforzadamente su libertad.

Pero, de igual forma, para evitar esa deriva y esa corrupción puede ser de gran ayuda tener un poder público dividido en varios niveles y que funcionen de forma simultánea. Ayudará tener al mismo tiempo un poder local, un poder regional y un poder estatal que mantengan un equilibrio constante entre ellos, interactuando y vigilándose mutuamente, reforzándose para tratar de impedir que aflore en cualquiera de ellos la corrupción, la decadencia o el dominio de uno sobre otro.

Se podrá conseguir así un equilibrio que pueda evitar la aparición de centralismos estatales, de nacionalismos regionales o de caciquismos locales, o también de abusos y discriminaciones entre diferentes regiones o localidades. Aunque deberá tenerse en cuenta que, ante todo, la primera y primordial función de los diferentes poderes deberá ser siempre cooperar para crear y arraigar en la sociedad una fuerte ideología en defensa del bien público y de la libertad.

Teniendo todo esto en cuenta, ¿cuál debería ser entonces la medida y la extensión adecuada de cada uno de estos poderes? ¿Y de qué forma deberían encajar unos dentro de otros para conseguir una única, múltiple y armoniosa matrioshka?

Un buen punto de partida para abordar este problema sería adoptar, en primer lugar, el principio de autosuficiencia. Debería residir en el poder local todo aquello que una comunidad local sea capaz de resolver por sí misma. Y en el poder regional únicamente aquello que el poder local no consiga asegurar. Siguiendo la misma lógica, el poder estatal únicamente debería ocuparse de aquello que estuviese por encima de las posibilidades del poder regional. El principio de autosuficiencia es por tanto un principio de tipo centrífugo, que otorga siempre preponderancia a los poderes periféricos y de menor dimensión. Sin embargo, sobre él deberemos aplicar luego otros principios contrarios, de tipo centrípeto, que otorgan preponderancia a los poderes centrales y de mayor dimensión.

Uno de ellos sería el principio de economía institucional, según el cual no debería replicarse o multiplicarse en un poder inferior aquello que se ejecuta de forma más fácil, eficiente y económica en un poder superior. Está claro que mantener instituciones de carácter complejo y especializado, como puede ser por ejemplo una universidad o un hospital, supondrá siempre un enorme esfuerzo a nivel local, pero supondrá mucho menor esfuerzo a nivel regional y aún menos a nivel nacional.

Otro principio es el de integración. La eliminación de fronteras, cualquiera que sea la razón primordial a que éstas obedezcan, favorece la comunicación, el intercambio, la ayuda, la cooperación, la libertad y la paz. Así, dentro siempre de la más exigente defensa de la justicia y la igualdad, deberán crearse unidades y niveles de poder lo más grandes y extensos posibles. Y en ese proceso de integración cualquier particularidad o diferencia no fundamentada debería ser generosamente dejada atrás.

No menos importante es el principio de adaptación al medio. La propia dimensión del medio físico y de los recursos naturales es la que determina la dimensión del poder que deberá hacerse cargo de todo lo que se relaciona con ellos. Una cuenca fluvial, por ejemplo, deberá estar bajo la jurisdicción de un nivel de poder que englobe la totalidad de la extensión física de este recurso natural, pues de otra forma cualquier intento de gobierno o de gestión de ella resultaría completamente inútil e ineficaz.

Utilizando estos y otros principios, podría esbozarse un sistema político en que, por encima del poder local autosuficiente, se estableciese un poder regional que asegurase, por ejemplo, la existencia de universidades, de hospitales, de tribunales, la ejecución de las leyes o la elaboración de reglamentos. Y por encima de él, un poder estatal que asegurase, por ejemplo, le existencia de una red de universidades y hospitales, los tribunales superiores, las policías, la función legislativa o la protección de los recursos naturales.

Pero a ellos fácilmente podríamos añadir aún otro poder de un nivel superior, un poder de dimensión interestatal o continental. Este nivel de poder, gracias a su mayor extensión, sería el más adecuado para asegurar, por ejemplo, la creación de una red armoniosa de políticas que defendiese la preservación de la naturaleza y sus ecosistemas, los derechos sociales fundamentales, la defensa o la paz.

Sin embargo, cada vez resulta más evidente la urgente necesidad de que exista un poder o una gobernanza aún mucho mayor, de nivel mundial. El mundo se enfrenta actualmente a terribles problemas ambientales, como por ejemplo la degradación de la capa de ozono, el calentamiento global, la contaminación de mares y océanos o la pérdida de biodiversidad. Todos estos problemas afectan al planeta entero como a un todo y, por tanto, sólo pueden resolverse a la misma escala, con un gobierno de dimensión mundial. Cualquier poder de escala inferior sería completamente incapaz de resolverlos y de asegurar por tanto la supervivencia, hoy tan gravemente amenazada, de sus ciudadanos.

Está claro que para superar esta terrible situación, en la cual unos países comprometen y amenazan la vida en todos los otros, es imperativo llegar a construir un gobierno mundial cuya compleja composición y articulación, más allá de los modestos tratados y convenios internacionales actualmente existentes, nunca ha sido realmente formulada, ideada o reglamentada. Sin embargo, no podemos olvidar que existirá entonces otro peligro. Debe alertarse de que este hipotético y complejo gobierno mundial, si no se toman en todo momento las medidas más correctas y adecuadas, podría eventualmente derivar hacia un poder tiránico absoluto de unas dimensiones nunca antes vistas ni imaginadas.


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