13/12/11

El error como plenitud de la perfección.


Todo el mundo puede cometer errores. Cuando viajamos a un lugar tan gélido y distante como la Siberia debemos tener siempre la precaución de poner en nuestro equipaje una ropa de abrigo que nos proteja perfectamente del frío. Si, por cualquier motivo, nos equivocásemos y pusiésemos ropa de playa, un bañador y unas sandalias, ese error podría acabar por resultarnos fatal. Sin embargo, ¿qué ocurriría si, por cualquier motivo, la línea de ferrocarril en la que viajamos quedase interrumpida y nuestro tren se viese obligado a desviarse hacia el sur, hasta un lugar de clima tropical? Pues bien, en ese caso nuestra ropa de playa resultaría perfecta.

Así, basta con que cambien las circunstancias para que aquello que era considerado un terrible error pase a convertirse en una opción perfecta. Un simple desplazamiento desde la Siberia hasta el trópico es suficiente para cambiar radicalmente aquello que se considera o no como perfecto. Pero incluso cuando permanecemos siempre en el mismo lugar, aquello que consideramos perfecto también puede cambiar, pues con el tiempo cambian también las circunstancias. Lo que hasta hoy era perfecto mañana podrá ya no serlo, y nuestros errores de hoy podrán ser quizás la perfección del mañana.

Suele decirse que en todo lo que hacemos debemos intentar alcanzar la perfección. Pero, como vemos, esa perfección está siempre sujeta a continuos cambios. Por ello, una vez alcanzado un determinado estado de perfección, nunca deberíamos permanecer anclados a él por mucho tiempo. Por el contrario, deberíamos desviarnos continuamente de esa perfección, alejarnos de ella una y otra vez, para de esta forma tener la posibilidad de adaptarnos a las nuevas circunstancias y alcanzar la próxima perfección. Pero ¿de qué forma y con qué lógica podemos desviarnos de algo que, hasta este momento, es completamente perfecto? ¿Y en qué dirección deberemos hacerlo, cuando desconocemos por completo las características de esa futura perfección? Para resolver este problema, la mejor solución que tenemos es utilizar el error. Así, lo mejor que podemos hacer es cultivar un error deliberado, siempre mínimo pero constante, cada vez que alcancemos un determinado estado de perfección.

Se suele considerar que la naturaleza es perfecta. En realidad, la naturaleza ya era perfecta y lo continuará siendo en el futuro, aunque siempre de una forma diferente de como era antes o de como es hoy. A medida que el ambiente en que se desarrolla ha ido cambiando, la vida ha ido evolucionando para crear siempre nuevos y diferentes estados de perfección. Pero, como es evidente, nunca habría llegado a ellos si hubiese permanecido inmutable y estática en un primer estado inicial de perfección.

Y la forma con que la vida pasa de un estado de perfección al siguiente es precisamente utilizando el error. La aparición espontánea de errores en cada nueva generación es la que permite a la vida crear nuevas e inesperadas formas, entre las que se contará, siempre por casualidad, el nuevo estado de perfección siguiente. Estos errores son las mutaciones genéticas, que ocurren espontáneamente cada vez que, con el paso de una generación a otra, se realiza una copia completa del material genético de la especie. Dichas mutaciones, que no son otra cosa que simples errores en el proceso de copia, ocurren con una frecuencia bajísima, del orden de una vez por cada cientos de millones de nucleótidos copiados. Sin embargo, ocurren siempre y de forma constante.

Lo cierto es que no conviene que estos errores sean muchos o muy grandes, pues en ese caso el nuevo individuo se apartaría radicalmente de las condiciones de vida del medio ambiente actual o futuro. Lo que conviene es que los errores sean pocos y pequeños, tan pequeños como pequeña es la variación, lenta y gradual, sufrida por el medio ambiente al cual los nuevos individuos deberán adaptarse.

Prácticamente todas las mutaciones crean individuos menos adaptados al medio, menos perfectos. Pero a veces, de forma inesperada, llevan a la aparición de individuos ligeramente mejor adaptados. Y es con ellos que nace una nueva forma de perfección, una perfección que acabará por substituir a la anterior.

Pero no sólo las mutaciones genéticas son capaces de crear nuevas formas y perfecciones. La recombinación sexual entre individuos perfectos y menos perfectos, o entre individuos más perfectos en un aspecto y otros más perfectos en otro, también permite crear individuos con nuevas combinaciones genéticas. Y algunos de ellos, por acumular una determinada combinación de errores, acabarán por ser más perfectos que sus antecesores. Así, en ocasiones, nada resulta más perfecto que el propio error.

Por tanto, no tenga ninguna vergüenza en andar por la Siberia vestido con ropa de playa y sandalias. Piense que, al final, el calentamiento climático quizás acabe por darle la razón... si llega a sobrevivir hasta entonces.

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