Ciertamente, todo individuo que forma parte de un grupo organizado debe velar por sus propios intereses personales. Pero debe velar igualmente por los intereses del grupo. De lo contrario, tanto el grupo como el propio individuo saldrían perjudicados. Así, la defensa de los intereses de cada individuo pasa también, necesariamente, por la defensa de los intereses comunes del grupo. Si un individuo, celando únicamente por sí mismo, comenzase a atacar los intereses del grupo daría origen a una ruina generalizada de todos ellos. Y aunque en un primer momento pudiera obtener algunas pequeñas ventajas, las graves consecuencias de la desaparición del grupo se harían, con el paso del tiempo, cada vez más evidentes. Optar por conseguir beneficios a corto plazo condenando con ello el futuro parece, sin duda, una opción muy poco inteligente.

Por desgracia, sobre el sistema educativo se abaten en la actualidad un conjunto de teorías neoliberales que insisten en ignorar por completo esta idea. Y con ello, arruinan progresivamente la enseñanza universitaria y amenazan incluso con arruinar al propio país. Estas teorías neoliberales niegan a las universidades el necesario apoyo financiero del estado y las obligan, por fuerza, a financiarse a sí mismas. Las universidades deben por tanto obtener dinero con todo lo que hacen y con cualquier servicio que presten a la sociedad. Deben velar únicamente por sus propios intereses, olvidando los del país de que forman parte. Y, claro está, deben vender y rentabilizar al máximo la enseñanza que imparten a sus alumnos, que se ven así reducidos a un número mínimo, es decir, a la pequeña élite que es aún capaz de pagar matrículas cada vez más y más elevadas.
En resumen, las universidades acaban así por olvidar su principal función y su propio valor social. Y mirando únicamente por sus propios intereses, van arruinando poco a poco el país y abriendo también el camino para su propia autodestrucción. Porque el dinero que las universidades cobran por prestar sus servicios no crea ninguna riqueza en el país. El dinero únicamente se limita a cambiar de manos. En cambio, cuando las universidades elevan el nivel de los ciudadanos, haciendo con que estos sean capaces de crear mayor riqueza, toda la sociedad gana: ganan los ciudadanos, gana el país y, como consecuencia de ello, ganan también las universidades, que pueden así recibir un mayor apoyo financiero del estado. Por eso, puede decirse que las universidades no ganan cobrando cada vez más y más dinero por la educación que prestan. Ganan, eso sí, formando un número cada vez mayor de ciudadanos instruidos.
Es en las universidades donde teóricamente debería residir el más elevado y culto de los saberes de una sociedad. Por ello, resulta triste vivir en un mundo en que las propias universidades se rigen, en realidad, por principios infantiles, miserables y absurdos, y son capaces de hundirse a sí mismas en una espiral de decadencia y autodestrucción.