Tal como en la grotesca pintura de Goya, la humanidad de hoy devora a la humanidad del mañana. En este caso no es por temor de ser destronada por la siguiente generación, como le ocurría al dios Saturno, pues en el mundo real, en el mundo de los seres mortales, los hijos acaban siempre, inevitablemente, por sustituir a sus progenitores. La razón por la cual la humanidad actual devora a la del mañana es tan sólo por codicia, por comodidad, por egoísmo, por incapacidad, por arrogancia, por vicio, por falta de inteligencia.

En tiempos pasados, las personas plantaban árboles que sabían que sólo sus hijos, o sus nietos, iban a llegar a ver crecer y fructificar. Araban y aplanaban terrenos agrestes para que sus descendientes pudiesen realizar en ellos sus siembras. Seleccionaban con paciencia las mejores semillas para que en el futuro sus hijos tuviesen abundantes cosechas. Construían canales para llevar el agua a las ciudades y los campos, asegurando el sustento de las generaciones siguientes. Levantaban muros y fortificaciones que se mantenían en pie durante siglos, dando protección a todos sus habitantes. Edificaban sólidas casas que pasaban de padres a hijos. Construían puentes y diques que domaban los ríos y sus periódicas crecidas… Todo cuanto los antiguos hacían, o al menos gran parte de ello, constituía un valioso legado que dejaban en herencia a sus descendientes. Y seguramente, se sentían muy orgullosos de ello.
Hoy en día las cosas son muy diferentes. ¿Qué es lo que, en verdad, nuestra generación deja en herencia a las siguientes generaciones? ¿Es algo quizás de lo que podamos sentirnos satisfechos y orgullosos? Ciertamente, no.
Lo que nuestra generación deja a las siguientes son los residuos radioactivos de las centrales nucleares. Son los metales y compuestos químicos, de carácter venenoso, vertidos diariamente en los suelos, en los ríos, en los lagos y en el mar. Son los antiguos suelos fértiles ahora desertificados y áridos, agotados por una explotación agrícola intensiva basada en el petróleo y en fertilizantes artificiales. Son los mares vacíos de pesca y sin alimento, con las especies piscatorias llevadas hasta el exterminio. Son las nuevas enfermedades nacidas de la miseria, más todas aquellas otras antiguas que volverán debido al mal uso y agotamiento de los antibióticos. Es el cambio climático producido por la contaminación de la atmósfera, amenazando de mil formas terribles el futuro, entre ellas nuevas sequías, catástrofes y más desolación. Es la desforestación de todos los bosques del mundo. Es la ausencia de centenares de especies vivientes que son exterminadas a cada día que pasa y que nunca más volverán a existir. Son todos los ecosistemas alterados y heridos de muerte, incapaces de captar de forma fecunda y sostenible la energía del sol. Son los recursos naturales asaltados, agotados y destruidos. Es un mundo superpoblado y condenado a una progresiva degradación. Es, en resumen, un futuro negro y sin atisbos posibles de supervivencia. Al final, ¿qué es lo que puede mover a un odio tan profundo hacia las siguientes generaciones?
A pesar de haber sido realizada hace dos siglos, la pintura de Goya retrata fielmente el escenario de locura y de muerte del mundo de hoy. Un mundo absurdo donde el padre devora golosamente el futuro de sus hijos y, escarbándose los dientes con un palillo, eructa de satisfacción.