2/6/10

Esclavitud mágica.

Algunos santuarios están situados en las escarpadas cumbres de las más altas montañas. Y es común afirmarse que quien realiza una peregrinación hasta ellos obtiene suerte y prosperidad para toda la vida. Claro que quien afirma esto deja convenientemente de lado, en sus cuentas, a todas aquellas personas que, intentando subir a la cumbre, acaban por morir despeñadas. O a aquellas otras que son llevadas por una súbita tormenta de nieve. Por no hablar de aquellas cuyo corazón no aguanta el esfuerzo del duro camino, o de aquellas otras que, tras realizar la peregrinación, acaban luego por llevar una vida llena de desgracias. Y aún hay otras personas que, sin nunca mejorar su vida, repiten una y otra vez la peregrinación con la esperanza de que finalmente suceda algo.

Lo cierto es que muchas personas piensan que realizar un determinado acto o poseer un cierto amuleto da suerte y que, gracias a ello, su vida va a mejorar súbitamente. Adoptando semejante forma de pensar, estas personas inician un largo y tortuoso camino que irremediablemente las conducirá a la pérdida de su libertad y, con frecuencia, a la propia esclavitud. Porque, contrariamente a lo que se suele decir, ser supersticioso no da suerte. Ser supersticioso es, en realidad, una verdadera desgracia.

Este camino que lleva a la progresiva pérdida de la libertad puede resumirse en cinco etapas: superstición, creencia, iluminación, sectarismo y religión. Y cada una de ellas implica un grado cada vez mayor de sumisión y de pérdida de la propia voluntad.

La primera etapa es la aparición de la superstición. Una persona puede convencerse, por ejemplo, de que tirar piedras a un río da suerte. Y la verdad es que, con ello, puede calmar en cierta medida su ansiedad ante determinados acontecimientos futuros que puedan quizás traerle dolor o infelicidad.

Pero las supersticiones son a menudo contagiosas. Y con ello se llega a la segunda etapa, que consiste en la aparición de la creencia colectiva. En poco tiempo, todos los vecinos del supersticioso pueden adoptar su hábito de tirar piedras al río. Y basta con que la fortuna sonría a uno de ellos inmediatamente después del lanzamiento de una piedra para que dicha creencia se afirme entonces como una verdad absoluta. Nadie va a dejar de tirar piedras a un río si, a cambio, puede con ello ganar fortuna en su vida.

Poco tiempo después aparece la siniestra figura del iluminado, dando inicio a una nueva etapa. El iluminado se nombra a sí mismo, o es nombrado por todos, como único interprete válido de la creencia. Así, sólo él sabe qué piedras pueden lanzarse, cuándo y cómo deben lanzarse y cómo se debe interpretar la forma en que caen al agua. Si hasta entonces la superstición o la creencia estaban determinadas por actos individuales, propios de cada persona, ahora todos estos actos pasan a estar determinados por el iluminado. Los supersticiosos deben obedecer ciegamente sus mandatos si quieren tener suerte. Con ello, el iluminado comienza a afirmar progresivamente su dominio y su poder sobre las otras personas.

Pero el iluminado no tarda mucho en formar discípulos, iniciados por él en el secreto arte de la magia. Comienza así una nueva etapa, caracterizada por a existencia de una casta social de brujos o sacerdotes que, juntamente con sus seguidores, constituye una secta religiosa. Los sacerdotes son ahora dueños de todas las piedras y los únicos que pueden lanzarlas al río. Y cualquiera que pretenda desafiar su dominio sufrirá sin falta las consecuencias de su imperdonable blasfemia. La secta es ya una forma de abuso y de represión de la libertad individual.

Se llega entonces a la última etapa, la religión. Tarde o temprano, el poder creado por la secta comienza a hacer sombra al poder del estado. El cacique o gobernante no puede permitir que exista otro poder que no sea el suyo. Y la secta no puede permitir que el estado ponga freno a su creciente poder. Así, ya sea de una forma pacífica o violenta, se llega a la única solución posible: la unión de ambos poderes. La secta se convierte entonces en la religión del estado. Cualquier otra secta que a partir de entonces pueda surgir deberá unirse a la religión ya existente o desaparecer.

El poder de la religión es absoluto. Determina para siempre la suerte, el destino y la propia vida de las personas. El individuo, ya sin voluntad propia, sin libertad de decidir su destino, se convierte en un simple esclavo del poder. Y como es lógico, la religión rápidamente aniquila cualquier posibilidad de que las personas dejen de ser supersticiosas, cualquier posibilidad de que dejen de estar bajo su poder. Así, aniquila atrozmente la cultura, la filosofía y la ciencia. Nada escapa a su represión.

Y usted, ¿piensa aún que utilizar aquella camisa blanca con botones azules le da suerte? ¿O que rascarse la nariz espanta los malos espíritus? Antes de intentar convencerse de ello, reflexione un poco. Caso contrario, usted puede convertirse en un esclavo y vivir para siempre en la más absoluta miseria física e intelectual.

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