20/3/25
Una evolución progresivamente acelerada
En el mundo de la informática, cuando se quiere crear un nuevo programa no se parte casi nunca de cero, pues esto supondría un enorme y costoso trabajo. Lo más habitual es partir de un programa ya existente, en el cual se realizan las modificaciones necesarias para obtener la nueva funcionalidad que se pretende conseguir. Además, dichas modificaciones suelen hacerse utilizando también un lenguaje informático ya existente, normalmente el mismo empleado por el programa del que se parte.
Salvando todas las lógicas y elementales diferencias, podemos decir que esto mismo ocurre, poco más o menos, en el campo de la evolución biológica. Debido a los cambios que se producen en el medio ambiente y en los ecosistemas, la evolución necesita ir creando constantemente nuevas especies que se adapten mejor a cada nueva realidad. Pero crear una especie partiendo de cero sería, desde luego, del todo impensable. Para hacerlo se necesitaría un tiempo, en el mejor de los casos, de varios miles de millones de años. Y esto sin contar con que, para entonces, el medio ambiente ya habría vuelto a cambiar otras tantas e innumerables veces.
La única posibilidad de que dispone, por tanto, la evolución para crear una nueva especie consiste en partir de una ya existente y modificarla para conseguir en ella la funcionalidad que desea obtener. Y la única forma que tiene de hacer que esta modificación sea efectiva y permanente es alterar el genoma de la especie, su material genético, es decir, el equivalente a su programa informático. Además, para ello debe emplear el mismo lenguaje de programación que utilizan todos los seres vivos, el llamado código genético.
Dicho código es, hasta cierto punto, bastante simple. Se basa en el uso de tan sólo cuatro letras, con las que se consigue escribir un total de veinte palabras diferentes, todas ellas de sólo tres letras. Utilizando este reducido conjunto de palabras es posible, sin embargo, formar un número incalculable y casi infinito de frases, siempre de diferente longitud, complejidad y significado.
Si analizamos la estructura de la molécula que constituye nuestro genoma, el ADN, vemos que dicha molécula es una larga cadena donde, en efecto, cada eslabón incorpora una de cuatro bases posibles, comparables a cuatro letras. Y cada tres bases consecutivas de esta cadena forman el equivalente a una palabra, cuyo significado se traduce en un determinado aminoácido, de un conjunto de veinte utilizado por todos los seres vivos. De este modo, cuando en la célula se realiza la lectura de un gen, es decir, el fragmento de ADN equivalente a una frase, a cada tres bases se une, de cierta forma, su aminoácido correspondiente. Y en ese instante los respectivos aminoácidos se encadenan entre sí para formar una determinada proteína. A partir de ahí, son las proteínas, siendo las moléculas fundamentales de la vida, las que se encargan de conformar, organizar y regular el funcionamiento de las células. Y, con ello, de configurar también la compleja y detallada arquitectura de todo el organismo.
Por tanto, a la evolución le basta simplemente con cambiar unas pocas letras en nuestro genoma para crear una nueva secuencia de palabras, formar una frase diferente a la anterior y dar lugar a una nueva proteína. Y esta proteína, juntamente con muchas otras, será capaz de generar, de forma predeterminada, todo un conjunto diverso e inimaginable de nuevos procesos metabólicos, de nuevas estructuras, de nuevos órganos y de nuevas funcionalidades para la especie. Es decir, con apenas unos cambios relativamente sencillos, la evolución es capaz de crear una especie diferente de la anterior. Y además, si esos cambios son los adecuados, mejor adaptada al medio ambiente existente en ese momento.
En los seres pluricelulares, no obstante, es posible encontrar también, además del código genético, otros lenguajes de programación que actúan de forma complementaria y que pueden ser igualmente utilizados por la evolución para crear nuevas especies.
Es lo que ocurre, por ejemplo, gracias al sistema endocrino u hormonal. Las hormonas son un tipo de moléculas, liberadas por ciertas glándulas, que al llegar a otros tejidos u órganos actúan sobre ellos provocando una determinada respuesta en su nivel de actividad. Así, mediante la simple liberación de una determinada hormona, en un cierto momento y en una cierta cantidad, es posible definir todo un conjunto de características propias del organismo. Por ejemplo, algunas de las relativas a su crecimiento y desarrollo y, por tanto, responsables de la configuración de su estructura corporal.
Pero también pueden definir otro tipo de características, menos estructurales, como la conducta. Esto sucede, por ejemplo, con la oxitocina, una hormona que en algunas especies influye en el grado de sociabilidad que presentan los individuos. En dichas especies, basta una pequeña alteración en la producción de esta hormona para hacer que los individuos pasen de llevar una vida solitaria a llevar una vida eminentemente social, o viceversa, cambiando por completo sus hábitos de vida. Y lo mismo se puede decir de otras hormonas que, de igual forma, determinan diversos tipos de conducta como, por ejemplo, el grado de actividad física, el tipo de respuesta ante un peligro, la época de inicio de la reproducción o las condiciones en que ésta se realiza.
De modo que si los cambios en la conducta producidos por una diferente producción de hormonas son lo suficientemente importantes y persistentes, el resultado puede ser, al final, la creación de una nueva especie de características diferentes a la anterior.
Esto significa que, utilizando las hormonas y su particular lenguaje de programación, la evolución tiene por tanto la posibilidad de crear nuevas especies ya sea modificando la estructura física del organismo, sus características metabólicas o incluso, también, su conducta. Y además puede crear estas especies de forma bastante rápida y sencilla, pues sólo necesita modificar la cantidad y proporción de unas hormonas que la especie inicial produce, ya de por sí, de forma regular.
Pero si hablamos de posibles cambios en la conducta, es inevitable referirnos también a otro lenguaje de programación, con un particular desarrollo en algunas especies como la nuestra, como es la cultura. En términos biológicos, se entiende como cultura la transmisión regular de información y de comportamientos aprendidos de unos individuos a otros. Por ello, si en un determinado momento se produce una alteración significativa en la información que se transmite de una generación a la siguiente, es decir, en la cultura, pueden originarse cambios importantes en el comportamiento de los individuos de la nueva generación. Y si estos cambios permanecen en el tiempo, juntándose a ellos quizás algunas otras alteraciones a nivel fisiológico, el resultado final puede ser igualmente la creación de una nueva especie.
Un ejemplo de este particular proceso lo encontramos en las orcas, una especie de cetáceo en la cual, en la actualidad, es posible diferenciar a nivel mundial varias poblaciones independientes. Dichas poblaciones, que en este momento muestran ya algún grado de diferenciación genética entre sí, podrían haber comenzado a divergir, tiempo atrás, simplemente por el hecho de haber adoptado unos determinados hábitos de comportamiento. Concretamente, los referidos al tipo de estructura social y de alimentación. Estos hábitos, que en un inicio eran incipientes y reversibles, en este momento se han convertido en distintivos y característicos de cada una de las poblaciones. Y debido a ello, estas poblaciones pueden ya considerarse, según muchas opiniones, como especies diferentes.
Pero también podemos hablar, por supuesto, de un ejemplo mucho más cercano a nosotros, como es nuestra propia especie. Como es sabido, desde hace unos milenios es posible distinguir, en todos los grupos humanos primitivos, poblaciones dedicadas a la caza y la recolección y poblaciones dedicadas a la agricultura y la ganadería. Dichas poblaciones, con modos de vida muy diferentes entre sí, en realidad difieren únicamente en el tipo de cultura que han adoptado sus individuos. Por tanto, en teoría, podríamos pensar que si estas diferencias culturales se acentuasen con el tiempo y se acompañasen de determinados cambios fisiológicos, dichas poblaciones podrían empezar también a divergir evolutivamente. Y de esta forma, en un futuro remoto, caso perduren, podrían dar lugar igualmente a especies diferentes.
Por tanto, utilizando el lenguaje proporcionado por la cultura la evolución puede también crear nuevas especies. Y además, considerando la rapidez y la facilidad con la que pueden cambiar las ideas y, por consiguiente, la propia cultura, podemos pensar que, utilizando este particular lenguaje de programación, la evolución tiene la capacidad de crear nuevas especies aún más rápidamente que con otros lenguajes. O, como mínimo, de dar inicio mucho más rápidamente a ese proceso.
De cualquier forma, debemos tener en cuenta que todos estos lenguajes accesorios, como las hormonas o la cultura, dependen siempre, en último término, del propio código genético. Los cambios en la producción de hormonas, si son permanentes, se deben siempre a cambios en el genoma, que es el que determina las características de los órganos que las producen. Y son también los genes, del mismo modo, los que determinan la mayor o menor capacidad de las redes neuronales para almacenar y transmitir conocimientos, pudiendo o no generar culturas, aunque luego estas últimas escapen al ámbito de su acción directa. Así, podemos decir que todos estos lenguajes complementarios actúan, en realidad, amplificando y multiplicando en cascada el efecto de unos cambios, en ocasiones mínimos, que se producen en el código genético.
Aunque también es cierto, por otra parte, que los cambios producidos por estos lenguajes pueden exponer a los individuos a nuevos ambientes y a nuevas relaciones con otros seres vivos. Y con ello se estará proporcionando también a la especie la oportunidad de seleccionar nuevos cambios en su genoma, en su código genético, para adaptarse a las nuevas circunstancias creadas por ellos.
En definitiva, la evolución crea nuevas especies siempre a partir de otras ya existentes realizando pequeñas alteraciones en su código genético. Pero puede crearlas más rápidamente si utiliza además el lenguaje proporcionado, por ejemplo, por las hormonas. O incluso más rápidamente si utiliza, de forma parecida, el lenguaje proporcionado por la cultura.
Ahora bien, teniendo en cuenta que con la utilización de estos lenguajes accesorios o complementarios se pueden crear especies más fácil y rápidamente, podemos esperar entonces que la propia evolución, en alguna medida, favorezca a las especies que creen y desarrollen dichos lenguajes, especialmente si éstos son fáciles de utilizar y más susceptibles de ser modificados.
La razón de esto es que las especies que los posean conseguirán adaptarse más rápidamente a cualquier nuevo tipo de ambiente. Necesitarán apenas unos pocos cambios en su genoma, adecuadamente amplificados por estos otros lenguajes, para conseguir la adaptación deseada. Por el contrario, aquellas especies que no los posean necesitarán realizar muchos más cambios en su genoma para alcanzar el mismo grado de adaptación. Por tanto, tardarán más tiempo en adaptarse al medio y posiblemente, debido a ello, serán fácilmente superadas por las primeras.
Debe considerarse, sin embargo, que la rapidez en la adaptación al medio también depende de otros varios factores. Por ejemplo, de la velocidad con que la especie se reproduce y crea nuevas generaciones. Esto es así debido a que los cambios en el genoma, las mutaciones, se deben en gran parte a los errores aleatorios que inevitablemente se producen cuando, durante la división celular, el genoma crea una copia de sí mismo. Por tanto, si una especie se reproduce más rápidamente y crea más copias de su genoma en un mismo periodo de tiempo, podrá sufrir más mutaciones y tendrá también más posibilidades de obtener aquellas que puedan resultarle favorables.
Otro factor igualmente importante, en este sentido, es la capacidad de intercambiar genes con otros individuos. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con la reproducción sexual o con la transmisión de material genético propia de algunos organismos unicelulares. Gracias a este tipo de intercambios resulta mucho más fácil y rápido crear nuevas combinaciones de genes y, con ello, es más probable obtener, al azar, combinaciones que sean más propicias para el individuo y su descendencia.
Así, en resumen, podemos decir que la evolución probablemente favorecerá a las especies que presenten, a un mismo tiempo, una mayor capacidad para sufrir cambios, una mayor velocidad para conseguirlos y una mayor facilidad para transmitirlos entre individuos.
Aunque lo cierto es que esto no será siempre así, ni mucho menos. En realidad, la facilidad para crear rápidamente nuevas especies sólo resulta favorable durante el transcurso de un proceso evolutivo, cuando es necesario adaptarse a un medio y a unas condiciones que antes no existían. En un medio ambiente completamente estable, de características inmutables, la evolución podrá actuar justamente en sentido contrario. Es decir, podrá favorecer la ausencia de cambios y, con ello, a las especies que presenten una mayor resistencia a sufrirlos.
De hecho, hay que tener en cuenta que todos los cambios y mutaciones, que son siempre resultado del azar, sólo de forma excepcional llegan a ser favorables. En la gran mayoría de los casos únicamente generan individuos defectuosos que suponen, en realidad, un elevado y pesado coste para la especie. Por tanto, en términos generales, poseer una mayor facilidad para sufrir cambios suele suponer una clara desventaja.
Y lo mismo puede decirse de los lenguajes complementarios. Incluso durante el transcurso de procesos evolutivos, cuando existe un claro interés en sufrir nuevos cambios, estos lenguajes pueden también suponer, en muchos casos, una cierta desventaja. Esto es debido a que los órganos que son necesarios para desarrollar estos lenguajes representan siempre un importante coste energético y estructural para el organismo. Por tanto, si los beneficios que aportan en un determinado momento no son superiores a los costes, la evolución podrá tender a reducir o eliminar esos órganos, acabando con todos los lenguajes asociados a ellos.
Así, podemos concluir que existe siempre un difícil y complejo equilibrio, en todos los seres vivos, entre poseer una mayor o una menor capacidad adaptativa. Algo que se traduce, por ejemplo, en tener una mayor o menor facilidad para sufrir cambios o un mayor o menor interés por desarrollar otros lenguajes. Prueba evidente de todo esto es el hecho de que en la naturaleza coexisten aparentemente todo tipo de especies con todo tipo de estrategias diferentes. Podemos encontrar, para cualquier situación, especies con mayor o menor capacidad para cambiar, con mayor o menor rapidez para hacerlo y con mayor o menor facilidad para transmitir esos cambios.
A pesar de todo, sin embargo, si contemplamos en su conjunto toda la diversidad de seres vivos que existe en nuestro planeta, podemos decir que la evolución parece presentar una tendencia creciente para crear nuevas especies de forma cada vez más rápida y acelerada. Entre otras razones, desde luego, porque dispone cada vez de un mayor número de especies, cada vez más diversas y variadas, de las que poder partir para modelar sus nuevas e inigualables creaciones. Por eso, es posible afirmar que la evolución camina, de forma inevitablemente acelerada, hacia una siempre creciente y más admirable perfección.
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