29/7/09

El triángulo bidimensional de la política.

Hace un par de siglos, para subir a lo alto de la montaña sólo era necesario dar una decena de pasos, los mismos que eran necesarios para descender desde la montaña hasta el pantano. Esto sucedía durante los turbulentos y gloriosos tiempos de la Revolución Francesa. La asamblea legislativa de aquella época estaba dividida entre los representantes más revolucionarios y democráticos, atrincherados en los asientos superiores, y los representantes más conservadores, cómodamente instalados en los asientos inferiores. Bien pronto estos dos grupos recibieron nombres alusivos a su posición en la cámara: los habitantes de las alturas fueron llamados la Montaña, mientras que los habitantes de la llanura fueron llamados el Llano o, más jocosamente, el Pantano.

Tras la ascensión de la Montaña y su posterior hundimiento, la nueva cámara quedó sumida en el Pantano. No habiendo ya valles ni montañas en el horizonte, pasó entonces a adoptarse una nueva terminología, menos tridimensional, para designar las tendencias ideológicas resultantes. Por el hecho de utilizar los asientos situados a un lado o a otro de la cámara, los conservadores pasaron a ser llamados la Derecha y los más liberales la Izquierda. Esta designación tuvo un enorme éxito y pasó a utilizarse en lo sucesivo, llegando sin grandes cambios hasta nuestros días.

Sin embargo, esta terminología genera en la actualidad muchas confusiones. Hoy en día abundan las gentes pantanosas que afirman ser de izquierda. Otras personas, venidas de la montaña, se arrastran alegremente por el fondo de las llanuras de la derecha. Individuos de evidente naturaleza extremista aseguran estar en el centro y se presentan a sí mismos como un ejemplo de moderación y de virtudes. Y otros, finalmente, andan de un lado para otro y nadie sabe muy bien dónde encontrarlos.

Gran parte de esta confusión se debe a la insistencia en utilizar la vieja terminología unidimensional derechaizquierda. Para entender mejor la política es necesario devolverle, como mínimo, la bidimensionalidad. Y para ello nada mejor que utilizar, por ejemplo, la forma del triángulo, siempre tan útil para el método dialéctico y su tríada de conceptos: tesis, antítesis y síntesis.

Así, en este triángulo político vemos, en primer lugar, una base situada entre los dos vértices inferiores. En el vértice izquierdo tenemos a los conservadores, mientras que en el vértice derecho encontramos a sus antitéticos, los liberales. Los primeros defienden un mundo regido por leyes degeneradas. Los segundos, por el contrario, defienden un mundo degenerado en que no existen leyes, regido únicamente por los caprichos del mercado.

Los conservadores defienden los derechos de una minoría privilegiada que es dueña de grandes posesiones materiales (herencia lejana del feudalismo) y que vive con un miedo constante de perderlas. Por ello, intentan defender sus posesiones imponiendo a la sociedad unas leyes férreas e inmovilistas. Los liberales, por el contrario, defienden a una minoría privilegiada en ascensión que, sin grandes propiedades materiales, acumula dinero y poder financiero. Tratan, por tanto, de impedir la existencia de cualquier tipo de ley, pues éstas supondrían un obstáculo para la acumulación de más riqueza.

A pesar de estos dos grupos ser antitéticos, esto no quiere decir que no sepan unirse contra el enemigo común, llegando en ocasiones a apoyar gobiernos de naturaleza tiránica. Además, los burgueses, en la medida que utilizan su dinero para comprar posesiones, se aproximan a los conservadores. Y los grandes propietarios, en la medida que convierten sus posesiones en dinero, se convierten en liberales.

Como superación de este espectro de partidarios de la oligocracia, ya sea de orientación feudalista o capitalista, surge el otro vértice del triángulo. En él se encuentran los modernos movimientos defensores de la democracia: comunismo (o socialismo científico), anarquismo, pacifismo, ecologismo, etc. Bajo diferentes perspectivas, con mayor o menor éxito, todos estos movimientos defienden el bien común de la población sobre bases éticas y científicas.

Nos es posible entender mejor la política actual si observamos la geometría de este triángulo. El vértice izquierdo pretende anular la libertad individual. Los otros, por el contrario, abogan por la libertad del individuo, en un caso basada en el individualismo y en el otro en la libertad social. El vértice derecho pretende imponer la ausencia de leyes. Los otros, por el contrario, defienden la existencia de leyes, en un caso de naturaleza represiva y en el otro basadas en la justicia. Y, por último, el vértice superior defiende la democracia. Los otros, por el contrario, pretenden perpetuar el poder abusivo de una minoría, ya sea de viejos o de nuevos ricos.

Si ya quedó claro que el mundo no es plano, sino redondo, ¿por qué continuar utilizando un modelo unidimensional para definir las ideologías?

16/7/09

La sorprendente muerte de los asesinados.


Grandes personajes de la historia de la humanidad sufrieron, en el ocaso de sus días, muertes sorprendentes e inesperadas. Por ejemplo, Julio César, el famoso general romano, murió súbitamente al sufrir una perforación múltiple de pulmón e intestinos cuando acudía al Senado. Varios siglos después, durante el Renacimiento, el célebre filósofo Giordano Bruno falleció por un calentamiento repentino mientras participaba en una celebración pública. Algún tiempo más tarde, también durante una celebración pública, el revolucionario francés Maximilien Robespierre murió súbitamente cuando se le cayó de repente la cabeza. Y bastantes años después, el escritor español Federico García Lorca llegó al final de sus días debido a traumatismos múltiples producidos por pequeños objetos metálicos durante el transcurso de un acto militar.

Claro que muchas personas defendieron siempre, quizás con cierto deseo de polemizar, que todas estas muertes no fueron naturales. Así, afirmaban que Julio César fue apuñalado, que Giordano Bruno fue quemado en una hoguera, que Robespierre fue guillotinado o que García Lorca fue fusilado… En definitiva, defendían que todos estos personajes ilustres murieron, en realidad, asesinados.

Pues bien, hoy en día, gracias al creciente sentido crítico aplicado en el campo de la historia, estas teorías están plenamente aceptadas. Nadie pone ya en duda que las muertes referidas se debieron a asesinatos. Sin embargo, es necesario reconocer que, en nuestras sociedades modernas, la confusión entre muerte natural y asesinato es más frecuente de lo que se piensa. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en el tratamiento que se da a las especies cuya supervivencia se encuentra amenazada.

Cuando actualmente una especie está próxima de desaparecer se dice que está en peligro de extinción. Es el caso, por ejemplo, de los rinocerontes o de los gorilas. Y lo cierto es que para estos animales, sistemáticamente cazados y matados todos los días por el hombre, nada existe más fácil que extinguirse. Podemos decir que cualquier especie, siendo objeto de un exterminio sistemático, es capaz de extinguirse sin necesidad de mucho esfuerzo. Extinguirse no es así por tanto un peligro, sino una forzosa constatación.

Conviene aclarar un poco las cosas. La extinción es un proceso evolutivo que se puede comparar a la muerte natural de una especie. Cuando en un determinado ecosistema aparece una especie nueva, es posible que ésta desempeñe una función ecológica equivalente a la de otra ya existente. En este caso, si la nueva especie consigue realizar la misma función de una forma más eficiente, acabará por desplazar a la anterior. Y esta última acabará probablemente por desaparecer, por extinguirse.

Claro que, a lo largo de la historia geológica, también ocurren algunos accidentes. En ocasiones se producen acontecimientos fortuitos que provocan una auténtica sacudida en el proceso evolutivo. Son las llamadas extinciones en masa, de las que conocemos unas pocas gracias al registro fósil. En estos casos, siempre excepcionales, grandes cantidades de especies desaparecen sin ser sustituidas por otras, aunque con el paso del tiempo (millones de años) esto acaba por suceder.

¿Será que lo que ocurre actualmente con las especies amenazadas tiene algo que ver con la extinción, la muerte natural o con la sustitución de unas especies por otras? Pues evidentemente no. Estas especies son simplemente eliminadas por el hombre de una forma absurda e irracional. Muchas desaparecen debido a una persecución directa, pero otras muchas desaparecen debido a la eliminación completa del ecosistema en que viven. Ninguna de estas especies es sustituida por otra más eficiente. No son sustituidas por nada. Tras ellas únicamente queda el vacío.

Aunque a veces este vacío no es inmediato. Con frecuencia el hombre sustituye los ecosistemas naturales por campos de cultivo u otros tipos de explotación, introduciendo también con ellos las especies domésticas asociadas. Sin embargo, a pesar de los frutos inmediatos que proporcionan al hombre, estas explotaciones tienen un tiempo de vida limitado. Tarde o temprano, la mayoría de estas tierras acaba sufriendo la inevitable desertización.

Hay quien considere que el hombre es simplemente un accidente en la historia de la evolución. Así, la actual y masiva desaparición de especies que provoca debería ser considerada como una nueva extinción en masa, la sexta que se conoce en la historia de la vida. Pero lo cierto es que con el conocimiento científico que el hombre posee en la actualidad, difícilmente se podría calificar toda esta masacre como un simple accidente. Es en realidad un acto voluntario y premeditado. Tan premeditado como lo es apuñalar, quemar, guillotinar o fusilar.

No deje extinguir su lucidez. Por su propio interés, salve a las especies en peligro de exterminio.


9/7/09

La eterna culpabilidad de los dioses.

Se cuenta que una vez, en unas lejanas montañas, un joven pastor tenía a su cargo el cuidado de un enorme rebaño de ovejas. Debido a la presencia numerosa de lobos, cuyas manadas rondaban incesantemente las montañas, el pastor se veía obligado a guardar cada noche las ovejas en el interior de un cercado de altas y firmes paredes. De esta forma, las ovejas permanecían seguras, sin riesgo de ser robadas por los lobos.

Los lobos, hartos de pasar hambre, se reunieron una noche y, tras mucho discutir, decidieron poner en práctica un astuto plan. Acordaron que, a partir de entonces, cada vez que encontrasen al pastor deberían fingirse asustados y huir dando grandes aullidos de pavor. El objetivo era hacer pensar al pastor que tenían un enorme miedo de él. Y fue de este modo, a partir de entonces, que los lobos empezaron a engañar al pastor, mostrándose siempre asustados cuando lo veían. Pasado algún tiempo, el joven pastor comenzó a mostrarse cada vez menos receloso de los lobos y, envalentonado, llegó a creer que, si se lo propusiese, podría acabar con todos ellos de un solo golpe de su cayado.

Sucedió una noche que el pastor, ya en exceso confiado, no se molestó en cerrar la puerta del cercado. Y, claro, al día siguiente se encontró con que el cercado estaba completamente vacío. Los lobos, que habían estado esperando ansiosamente ese momento, habían robado todo el rebaño durante la noche.

Cuando los habitantes de la aldea, llenos de indignación, se enteraron de que habían perdido todas sus ovejas fueron a ver al pastor. Éste, para sorpresa de todos, los recibió con gran tranquilidad y les explicó que él no era responsable por la pérdida del rebaño. “Fue la voluntad de los dioses”, dijo con una gran humildad. Los dioses, esos sí, eran los auténticos culpables de la pérdida de las ovejas. El hecho de que él hubiese dejado abierta la puerta del cercado, dejando el camino libre a los lobos, carecía de importancia. Fueron los dioses quienes decidieron que inevitablemente ocurriese esta desgracia.

Los aldeanos, todos muy devotos de los dioses, aceptaron la explicación del pastor y se lamentaron amargamente de que las divinidades hubiesen decidido privarles de sus ovejas. Tuvieron también pena del pastor, víctima inocente de los ineludibles mandatos divinos. Por ello, decidieron recompensarle generosamente, gracias a lo cual el joven pastor prosperó.

Varios siglos después, un descendiente de ese pastor llegó a ocupar la jefatura del gobierno de aquel país. Este gobernante, lleno siempre de una pastoril inocencia, escuchó un buen día los exaltados discursos de los grandes predicadores del neoliberalismo económico. Fascinado entonces por las enormes posibilidades que las mercancías y el capital extranjero supuestamente podrían dar a la economía del país, decidió probar tales ideas. Y así, poco tiempo después, viendo la llegada de tantos nuevos productos y la visita de tantos inversores extranjeros, llegó a la conclusión de que el libre comercio sin duda aseguraría al país un futuro próspero y radioso. Perdiendo así todos sus recelos, decidió abrir al comercio todas las fronteras del país.

Años más tarde, el descendiente del pastor se levantó de su cama y, asomándose a la ventana del palacio de gobierno, miró hacia fuera y comprobó que de la economía del país ya no quedaba nada. Los grandes comerciantes y los inversores extranjeros, no se sabía muy bien por qué, se habían marchado a otra parte y se lo habían llevado todo. Durante los últimos años se habían adueñado de la economía del país, habían utilizado a los obreros para enriquecerse, habían agotado todos los recursos disponibles, habían recibido con agrado la cuantiosa ayuda financiera del estado, siempre deseoso de apoyar la actividad industrial… Y ahora, sin más ni menos, se habían ido a otra parte. La economía, tal como el país, se había quedado vacía y completamente arruinada.

Los ciudadanos del país, llenos de indignación, fueron entonces a ver a su gobernante para exigirle explicaciones sobre lo sucedido. Éste, para sorpresa de todos, los recibió con gran tranquilidad y les explicó que él no era responsable por la pérdida de la economía del país. “Fueron los designios de la crisis económica internacional”, dijo con una gran humildad. La crisis, esa sí, era la auténtica culpable de la ruina del país. El hecho de haber dejado abiertas las fronteras, dejando el camino libre a la voluntad de las grandes y poderosas compañías multinacionales, carecía de importancia. Fue la crisis internacional la que decidió que inevitablemente ocurriese esta desgracia.

Los ciudadanos, todos muy devotos, aceptaron la explicación del gobernante y se lamentaron amargamente de que la crisis hubiese decidido arruinarles su economía. Tuvieron también pena del gobernante, víctima inocente de los ineludibles mandatos de la crisis internacional. Por ello, decidieron recompensarle generosamente, gracias a lo cual el gobernante prosperó aún más.

2/7/09

La nueva cocina alienígena.

Son numerosas las novelas de ciencia-ficción que relatan la llegada a la Tierra de seres alienígenas provenientes de otros planetas. Estos alienígenas, debido a la avanzada y maravillosa tecnología que poseen, son normalmente considerados como seres superiores. Y como es natural, siendo seres superiores, los escritores de las novelas de ciencia-ficción acaban siempre por describirlos como seres muy parecidos a ellos mismos. Así, los seres alienígenas tienen casi siempre un aspecto humano, tal como los propios autores de las novelas. Poseen unos ojos grandes y miopes, tal como los propios autores de las novelas. Presentan una notable agudeza intelectual, tal como los propios autores de las novelas. Y están siempre muertos de hambre, …tal como los propios autores de las novelas.

Es frecuente en este tipo de novelas que los alienígenas, después de establecer un primer contacto amigable con los humanos, empiecen luego a comérselos con gran apetito. Los pobres humanos, aterrorizados, intentan desesperadamente escapar. Pero nada pueden hacer contra la superior tecnología de los alienígenas. Tarde o temprano acaban por convertirse en su merienda. ¿A qué se deberá el hambre asombrosa y desmedida que parecen poseer todos estos extraterrestres? ¿Por qué viajarán desde tan lejos sólo para comer un aperitivo? ¿Es que, teniendo una tecnología tan avanzada, es posible que les falte comida en su planeta? Pues bien, quizás el motivo por el que los extraterrestres andan siempre buscando comida es por ser demasiado parecidos a los humanos.

Desde siempre la humanidad se debatió con el problema del hambre. Y actualmente, a pesar de todos los esfuerzos, este problema se vuelve cada vez más grave y dramático, afectando a centenas de millones de personas. El hambre continúa a aumentar hoy en día en la medida en que no se pone freno al constante aumento de la población mundial. Pero también en la medida en que los recursos naturales necesarios para conseguir esta creciente necesidad de alimentos se degradan y se agotan.

Dejando a un lado la pesca, próxima ya del colapso, y la caza de animales silvestres, residual aunque devastadora, lo cierto es que la agricultura es la única fuente sostenible de alimento con que cuenta la humanidad. La ganadería, como es sabido, depende casi por completo de la agricultura o del cultivo de pastos para la obtención del alimento para el ganado.

La agricultura es, por tanto, nuestra principal y casi esencial fuente de supervivencia. Por ello, resulta evidente que necesitamos igualmente aquello que le es imprescindible: la existencia de un suelo fértil y de carácter sostenible. El suelo fértil es, por tanto, el bien más precioso de la humanidad, mucho más que el oro, los diamantes o el petróleo. Y sin embargo, entre todos estos bienes, es… ¡el más despreciado!

Aún hoy, en la proximidad de los núcleos urbanos, históricamente formados sobre terrenos fértiles, el suelo continúa a ser alegremente destruido y urbanizado. En las zonas rurales, los cultivos tradicionales son sustituidos por otros que, ignorando las condiciones locales, agotan rápidamente el suelo. Los agricultores, influenciados por una equívoca visión industrial de la agricultura, son además llevados a utilizar grandes cantidades de productos agroquímicos que acaban por destruir la fertilidad del suelo. Se dejan así de lado técnicas de aplicación sostenible de nutrientes y de barbechos. Por otra parte, los bosques y ecosistemas que regulan y aseguran el suministro de agua son sistemáticamente destruidos. De forma absurda, para intentar compensarlo, se crean por todas partes gigantescos e ilusorios sistemas de regadío que acaban por salinizar el suelo, volviéndolo igualmente estéril.

A nivel internacional, se promueve el comercio de toda la producción agrícola. Con ello acaba por cultivarse de forma intensiva aquello que en realidad no sirve a las poblaciones locales. Y éstas, volviéndose dependientes del exterior, muchas veces tienen que producir cada vez más, hasta agotar el suelo, para conseguir el mismo dinero. Además, entre estos cultivos intensivos, ganan hoy cada vez más terreno los biocombustibles y los cultivos destinados al ganado, con lo que la capacidad mundial de producir alimento se reduce de forma alarmante. Por otra parte, se extienden constantemente los cultivos a zonas y países donde el suelo es inadecuado para la agricultura, con lo que éste se pierde y el país acaba por desertificarse. Como resultado de todo esto, se calcula que actualmente cerca del 40% de las tierras agrícolas del mundo se halla en grave estado de degradación (IFPRI), estando su capacidad productiva comprometida.

Es evidente que, si tenemos algún interés en sobrevivir, todo el suelo fértil debería ser protegido sin excepción y el uso de prácticas agrícolas no sostenibles debería ser prohibido. ¿Será que en realidad tenemos ese interés?

Dentro de unos siglos, la humanidad quizás recorra el espacio en busca de planetas habitados. Pero no lo hará para entrar en contacto con civilizaciones extraterrestres. Lo hará simplemente para buscar comida. ¡Tengan pues cuidado, señores alienígenas! ¡No se dejen comer por esos terrestres muertos de hambre!